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La ciudad y los días

Carlos Colón

Tarde de novena en Santa Ana

CUANDO al terminar la novena, abarrotada la parroquia de Santa Ana que construyó el mismo Rey Sabio que mandó levantar en las marismas de Almonte la ermita de Santa María de las Rocinas, reluciente de plata y fuego el espléndido altar de cultos, entronizada la Virgen Chica en su Simpecado, pidiendo camino la carreta peregrina, la Salve rociera pareció brotar de lo hondo de los corazones, de las almas, de la historia y de la tierra. No cantada por el coro y cuantos llenaban la catedral de Triana, sino como si descendiera del cielo, surgiera de lo profundo de la tierra y atravesara los siglos, sumando las voces de las almas que aún peregrinan y de las que ya cumplieron su camino.

Mata de romero y lirio marismeño, como los que bordean los caminos; luz de Triana, como la que resplandece en el Altozano, la más pura de Sevilla; ramo de jazmín, como las moñas que las trianeras se hacían con los jazmines que cortaban al atardecer en los patinillos recién regados y en las blancas azoteas, reservando un puñaíto para ponerlo en la mesita de noche ante la estampa del Simpecado; azucena de Triana, como las que rematan la espadaña marinera; tallo de albahaca, como la que crecía en las modestas macetitas de las casas de vecinos o en las macetas de loza azul y blanca en las que está escrito "Soy de Ana", que Ramona Santos Monge pone en el presbiterio los días grandes de la Señora Santa Ana para que la parroquia sea del todo la casa trianera de la Abuela de Dios.

Así -luz, romero, lirio, jazmín, azucena, albahaca- llaman los trianeros en su Salve a su Virgen Chica, adornándola con los dones más hermosos, por más modestos, de la tierra; los que Dios da gratuitamente a todos, los que hermoseaban las casas que carecían de otros lujos, los que brotan espontáneamente en los caminos, los que mimaban en sus balcones, patios y azoteas las trianeras que encomendaban sus hijos a la Virgen, seguras de que si algún día olvidaran el camino o dejaran su senda Ella los guiaría, llevándolos de su mano al redil que pastorea la Blanca Paloma.

Por eso no mienten ni exageran cuando rematan su Salve diciéndole a la Virgen "eres Tú lo que más quiero desde el día en que nací". Por eso la Salve parecía brotar de la Historia y de la vida, de las grandezas de los siglos y de lo más pequeño de cada día, de lo que el amor labra en los más ricos materiales y de lo que la tierra regala. Ofrendas de hombres y dones de Dios trenzaban en Santa Ana el cordón del que pende la más hermosa medalla del Rocío: la que han labrado y labran con su devoción y su vida generaciones de trianeros.

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