El silencio era tan profundo que adquiriría una densidad táctil. El contraste con el eco de la calle llena de bazares y turistas lo ahondaba. Se sentía su suave presión sobre todo el cuerpo, fundiendo el silencio exterior con el interior hasta que el quieto y callado espacio del templo habitaba a quien, arrodillado o sentado, dejaba pasar esos raros minutos, tan difíciles de encontrarse hoy, que se ensanchan al ser vividos y se agrandan en la memoria. La penumbra ni triste ni opresiva, acogedora, era la necesaria para que se percibiera la suave luz de la tarde de otoño que caía desde las altas ventanas aún protegidas por los cortinones quitasoles. Sobre todo para que las catorce velas, siete a cada lado, alumbraran al Santísimo expuesto. Su luz tibia, viva, humana, ascendía por el altar mayor alumbrando con delicadeza al San José con el Niño que lo preside y a las imágenes de Santa Teresa y San Juan de la Cruz que lo escoltan. Los barrocos sabían hacer las cosas. La encarnadura a la luz de las velas parecía carne. La luz humanizadora se iba debilitando en los cuerpos superiores dejando adivinar los cuadros de las visiones de Santa Teresa de Cristo atado a la columna y los desposorios místicos.
En esa callada, tibia y amable penumbra que la luz de las velas hacía tan acogedora, el Santísimo imponía calladamente su blanca perfección. Se sentía la presencia real de Dios y la espiritual de Santa Teresa con tanta intensidad que no extrañaría verla avanzar por el pasillo central para arrodillarse ante el altar musitando: "Solo Dios basta". Ella no estuvo en este convento. Dejó Sevilla tras instalar a sus monjas en la casa de la calle Zaragoza y fue San Juan de la Cruz quien se ocupó del traslado al barrio de Santa Cruz. Pero en este convento se guardan dos poderosas huellas suyas: el único retrato para el que posó y el manuscrito de Las moradas. Sobre todo vive en él su espíritu dominando con fuerza de presencia todo el espacio del templo como si a través de la reja del coro bajo llegara desde la clausura una irradiación del santo retiro de las hermanas que viven según mandó la fundadora que, en su lecho de muerte, dejó dicho: "Hijas y señoras mías; pídoles por amor de Dios tengan gran cuenta con la guarda de la Regla y las Constituciones". Así lo han hecho durante 457 años. Hoy es el último día de jubileo en las Teresas. Es, ya del todo, otoño en Sevilla.
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