FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

Acción de gracias

Teflón y claras

Ephron sabía -bendita inteligencia- que no tenemos que ponernos solemnes para abordar la vida y sus conflictos

El otro día apareció en escena mi primer hater, un señor muy amable que se preocupó por mí y me dio un valiosísimo consejo. Yo me expresaba en clave humorística, pero se ve que el buen hombre no le encontró la gracia al asunto y explotó, porque es complicado cogerle el punto al arroz, pero más difícil es dar con la medida precisa del humor, que hay gente que le da un bocado al chiste y lo encuentra duro o chicloso cuando tú creías que aquello tenía la textura perfecta. Uno piensa que está contando algo liviano y delicioso y resulta que otro lo recibe como algo indigesto, como una patada en el estómago, ay. Yo sacaba a paseo por esta columna, de nuevo, a ese niño marciano que fui, y ese lector perdió la paciencia, no pudo más, estalló. Bum. Se puso rojo de ira, o quizás blanco, al borde del vahído. Tenía que hacer algo, decidió. Las cosas no podían quedar así. Y el tipo anotó debajo de mi texto, tras unos cuantos interrogantes que sonaban a verdadera desesperación: "Deja de escribir chorradas". Así, sin anestesia. Podría decir que se debió a un fallo de comprensión lectora, pero, en fin, igual el error fue mío, que no sé por qué no se ha creado una frase que defina la torpeza escritora, que los periodistas también tendremos nuestra culpa.

Ese incidente me coge entregado a No me acuerdo de nada, un gozoso libro de Nora Ephron que ha publicado en España Libros del Asteroide, en el que la autora de Se acabó el pastel aborda con maravillosa ironía cuestiones como la desmemoria y el declive de la edad ("antes creía que mi problema era que tenía el disco lleno; ahora me veo obligada a reconocer que en realidad me pasa lo contrario: que se está vaciando") o las transformaciones a las que hemos asistido en estas décadas en el periodismo y en la vida. Y mientras leía sus lúcidas observaciones, concluía que Ephron es una maestra y que nos marcaba el camino, que queremos ser sus modestos discípulos en eso de arrojar luz, comicidad, a este mundo confuso y desabrido. Igual ante ella también fruncieron el entrecejo, nos decimos esperanzados, pero qué certero todo lo que dice. Parece estar hablando de chorradas, pero mientras entona un réquiem por las sartenes de teflón o carga contra las tortillas de claras de huevo está definiendo con exactitud pasmosa la vulnerabilidad y el desconcierto de la mujer y el hombre contemporáneos. La creadora que concibió Cuando Harry encontró a Sally o Algo para recordar sabe -bendita inteligencia- que no tenemos que ponernos solemnes para tratar los desengaños de pareja o las heridas familiares, para captar la vida y lo que amábamos, y nos exasperaba, en ella. Ephron publicó este libro poco antes de morir, y cuesta imaginar otro adiós más brillante que esa ligereza -no exenta de hondura- que nos mantiene en el rostro la sonrisa.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios