La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Tesoros de Sevilla: Buen Fin

Volvió esta obra de arte plena de unción sagrada a su espléndido templo barroco. ¿Valoramos estos tesoros?

Regresó a su templo el Cristo del Buen Fin tras su espléndida restauración en el IAPH. Es uno de tantos tesoros que custodian las hermandades y que tanta objetiva grandeza artística -no siempre suficientemente reconocida- aportan a nuestra ciudad. Mucho, demasiado, se habla superficialmente de hermandades y cofradías en Sevilla. Pero poco de lo mucho que han aportado al patrimonio común de la ciudad y de los sacrificios con que lo han conservado a lo largo de los siglos.

Fue en marzo de 1605 cuando la Cofradía del Santo Sudario de Nuestro Señor Jesucristo y Madre de Dios de la Palma, fundada 15 años antes por los curtidores en San Juan de la Palma, llegó al Convento de San Antonio de Padua. Desde entonces hasta hoy ha conocido avatares -pérdida y recuperación de imágenes, de templo, del carácter penitencial y hasta de su existencia como corporación- que hubieran debido acabar con ella. Pero cayó y se alzó, se fue y volvió, perdió y recuperó, desapareció y reapareció… Hasta seguir viviendo hoy donde llegó hace 413 años. Las hermandades son la única constancia de esta ciudad tan inconstante, las más celosas custodias del patrimonio en esta ciudad tan autodestructiva, la única memoria de esta ciudad tan dada a los olvidos.

En octubre de 1645 encargaron -y con prisas para que estuviera acabado para la siguiente Semana Santa- un crucificado a Sebastián Rodríguez, un imaginero oscurecido hasta casi el olvido por la larga sombra de Montañés hasta que la profesora María Teresa Dabrio encontró el acta notarial del contrato. No era uno de los grandes pero ese siglo fue de tal pujanza artística en Sevilla que hasta los maestros menores esculpían obras mayores. Ya fuera por las prisas de su ejecución, las limitaciones del imaginero o ambas cosas, el Cristo del Buen Fin tiene una cierta rigidez. Pero lejos de perjudicarle esta le imprime un hieratismo sagrado que lo llena de unción y lo vincula a la igualmente hierática Virgen de la Palma, a la que siempre he encontrado un cierto aire de familia con la Inmaculada -la Sevillana- de San Buenaventura y con la Virgen del Voto, como si en vez de pañuelo debiera llevar un libro entre sus manos.

Volvió esta obra de arte plena de unción sagrada a San Antonio de Padua, el espléndido templo barroco alzado por Diego López Bueno y Andrés de Oviedo entre 1627 y 1650. ¿Valoramos y conocemos los tesoros que tenemos? Creo que no como se merecen.

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