¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

Tic-tac

UNO de los grandes mitos de nuestra España actual es el del seny catalán. Durante años, se nos ha señalado a los que habitan el noreste peninsular como ejemplo de clara templanza, muy lejos del espíritu torvo de los mesetarios o de la pereza lánguida de los del sur. Nos han hecho creer que todos los catalanes son como Pla, hombres de olla, vino, pesetas y libro; de juventud cosmopolita y senectud sabiamente aldeana. Sin embargo, la historia moderna y contemporánea de Cataluña no hace más que apuntar en otra dirección y está empedrada de hechos en los que la irracionalidad política e incluso la violencia se imponen de una manera clara. El pacto in extremis alcanzado el sábado entre los nacionalistas para investir de presidente de la Generalitat al alcalde de Gerona, Carles Puigdemont, es una nueva cumbre catalana de la sinrazón política que no está exenta de tintes cómicos. El hecho de que los terribles comeburgueses de la CUP hayan terminado renunciando a ejercer la oposición los deja a la altura de un caniche.

Ya sabemos que, pese a que las urnas dejaron claro que la mayoría del pueblo catalán no quiere la independencia, el nuevo Gobierno autónomo está dispuesto a conseguir la desconexión en un proceso ultrasónico que no durará más de 18 meses. Tal celeridad, evidentemente, aumenta la presión sobre los políticos de Madrid, encerrados en el laberinto de una aritmética parlamentaria que parece la trampa perfecta. A este paso, Cataluña se va a declarar independiente de un país fantasma que navega sin patrón ni tripulación. Todos miramos a Pedro Sánchez sudar ante el ábaco del pacto de izquierdas mientras, como en la pesadilla de El guardián entre el centeno de Salinger, nos acercamos al abismo sin percatarnos de las señales que nos avisan del desastre. Ya lo hemos dicho en alguna ocasión (perdón por la autocita), el pluralismo y la nueva política era esto: las mismas conspiraciones palaciegas, las mismas luchas de poder, el mismo desprecio por los intereses generales. ¿Cómo se entiende si no el que Podemos haya priorizado los intereses del nacionalismo catalán a lo que ellos llaman la agenda social? La cuestión territorial es una verdina que lo pudre todo en España. Ahora más que nunca parece evidente que la única forma de salir de este atolladero político es la formación inmediata de un Gobierno de concentración que ponga orden y lance un mensaje de tranquilidad y estabilidad al exterior. El guirigay catalán está más agitado que nunca y el reloj no para de hacer tic-tac.

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