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Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

¿Tiempos viejos?

NO atiendan ni por un minuto al martilleo socialista de que con la llegada de Susana Díaz a la Presidencia de la Junta se abre un tiempo nuevo en Andalucía. Es más, existen grandes posibilidades de que el mandato de la nueva presidenta sea más de lo mismo, como quedó evidenciado en buena parte de su discurso de investidura. Es lo propio de una persona que lleva décadas incrustada en el aparato de poder que gobierna esta tierra desde que ella tenía menos de diez años. Nos han tratado de vender que sólo por la relativa juventud de Susana y por el hecho de que sea mujer aquí van a cambiar muchas cosas, pero no se fíen. Díaz llega a la Presidencia con más edad de la que tenían Escuredo y Rodríguez de la Borbolla cuando accedieron al cargo, lo que la coloca en el tercer puesto de un ranking de cinco. Nada del otro mundo. Tampoco es, ni mucho menos, la primera mujer que llega a la presidencia de un gobierno autonómico. Ahí Andalucía ha vuelto a demostrar que no es pionera. Han sido varias las comunidades, casi todas del PP, que han tenido presidentas en vez de presidentes. Presumir de ello como algo revolucionario y ponerse pegatinas alusivas en el pecho no deja de resultar chusco a estas alturas del siglo. Porque, que se sepa, tampoco el hecho de que sea una mujer la que gobierne significa gran cosa. Que se lo pregunten, sin ir más lejos, a nuestros vecinos castellano-manchegos de Cospedal o a los madrileños de Esperanza Aguirre.

Susana Díaz, por ahora, no es otra cosa que una gran incógnita a la que sí hay que reconocerle dos virtudes que sin duda la ayudarán en su tarea: una vocación política y una capacidad de trabajo a prueba de bombas y un sentido ético de la vida pública que por ahora no ha podido ser puesto en cuestión a pesar de que no han faltado intentos, alguno tan miserable como el que intentaba vincular el trabajo de su marido en una librería con su cargo de consejera de la Junta. Díaz ha sido víctima de una campaña de desprestigio, con tintes clasistas y sexistas, de una desvergüenza poco común, a pesar de que en España este tipo de actuaciones son moneda corriente.

La nueva presidenta merece un voto de confianza y que se la deje trabajar con manos libres. Su discurso de investidura y su firme apuesta por atajar la corrupción o la complicidad con ella refuerzan esa apreciación. El debate de investidura, en el que no logró entusiasmar ni a los suyos, sí dejó claro dónde va a poner el acento en los primeros tiempos. Ahora el Gobierno que está a punto de dar a conocer será la prueba de fuego para ver sus intenciones. Si es capaz de encontrar perfiles de prestigio al margen de la estructura puramente partidista estará en el buen camino. Mejor para todos que acierte.

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