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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La crónica económica

Joaquín Aurioles

Tipos bajo mínimo

UN nuevo recorte de tres cuartos de punto en el tipo de interés oficial norteamericano habla bien a las claras del compromiso de todas las instancias de aquel país por afrontar una situación económica que, definitivamente, es mucho más que una crisis inmobiliaria con más o menos salpicaduras sobre el sector financiero. La nueva operación rescate de uno de los principales bancos del país y las recientes valoraciones de organismos internacionales como el FMI o la OCDE sobre la situación económica internacional vienen a engrosar la lista de señales indiscutibles sobre el alcance final de la perturbación y también sobre la dificultad de predecir hasta dónde puede llegar.

Desde que a finales de 2006 el FMI denunciara, y nadie hiciera caso, la excesiva concentración de riesgo en títulos poco fiables, lo que se ha hecho en los mentideros políticos ha sido especular sobre si la situación es de crisis, recesión o simplemente desaceleración. De hecho, las decisiones de la Reserva Federal para recortar a la mitad los tipos de interés en tan sólo un trimestre difícilmente pueden interpretarse como algo más que una medida para frenar el aumento de la morosidad en las hipotecas y en los créditos al consumo y, de paso, inyectar algo de oxígeno en una banca con alarmantes señales de asfixia. A lo que en poco contribuye una bajada de los tipos de interés es, como más de una vez se ha señalado, a evitar la caída del consumo. Con un problema de desconfianza de fondo y con hogares endeudados hasta las cejas, pretender reactivar el consumo incentivando a la gente a pedir créditos baratos no parece que sea una medida muy adecuada.

Mientras que en Europa la cartuchera de las políticas macroeconómicas sigue razonablemente repleta de munición, en EEUU el margen de maniobra futuro se acorta, después de situar el tipo de interés oficial en el 2,25%. Lo peor de todo es que las noticias que se acumulan inciden en el deterioro progresivo de los indicadores que alimentaban la esperanza de un próxima zona de frenada en la caída. Uno de ellos era la inflación, que en el mes de febrero se situó en el 0,3%, pero que en términos subyacentes fue 0,5, lo que supone una tasa equivalente anual de nada menos que el 6%. También está la imparable caída del dólar y la sensación de que una nueva espada de Damocles, en forma de avalancha repentina de dólares procedentes de las reservas asiáticas, podría producirse en cualquier momento como consecuencia de la aparición de grietas en la confianza en la divisa norteamericana, haciendo peligrar la hasta ahora inquebrantable decisión de resto del mundo de financiar el déficit corriente estadounidense.

Lo último es el goteo de cuentas anuales y la morbosa búsqueda de nuevas señales de debilidad, pero lo que verdaderamente será peligroso es la constatación de que en lo del desacoplamiento de las economías del resto del mundo respecto de la norteamericana hay más ficción que realidad y que no se puede olvidar que esta última todavía representa más de la cuarta parte de la primera. En este contexto, pretender quedar al margen de lo que allí ocurra suena a utopía.

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