AL calor del debate abierto en el Parlamento de Cataluña por la iniciativa legislativa popular que pretende abolir las corridas de toros en el territorio catalán, la tauromaquia vive hoy una encrucijada en la que está en juego su supervivencia. De hecho, ni el trasfondo identitario que pretenden darle desde Cataluña, ni la reacción que desde administraciones gobernadas por el PP se ha tenido, es a nuestro juicio la cuestión crucial. Antes al contrario, lo esencial es que la lidia de toros es cultura, un arte que estamos en la obligación de preservar. Sin ambages: defendemos la tauromaquia como expresión inequívoca de la tradición de nuestro pueblo, más allá de nacionalismos, sean éstos del corte que sean. Son muchas las razones que nos llevan a defender que la fiesta de los toros debe conservarse, aunque evolucionando como lo ha hecho durante siglos. Quienes reclaman la abolición de la tauromaquia en defensa del animal que se lidia olvidan que esta especie, el toro bravo, no hubiese sobrevivido hasta nuestros días sin el arte de Cúchares. Es más, el toro es un animal que vive libre entre cuatro y cinco años en un medio natural a su entera disposición y que siempre tiene la ocasión de indultar su vida si hace alarde en la plaza de casta y bravura, precisamente para preservar lo mejor de su especie. La cría del toro bravo se desarrolla además por parte de las ganaderías, más de un millar en nuestro país, conservando uno de los mejores ejemplos de biodiversidad que en España existe: la dehesa. Medio millón de hectáreas de dehesa acogen a las camadas de un animal bello y noble, que a buen seguro se extinguiría a gran velocidad si la tauromaquia cesase. Pero es que en torno al toro bravo y, por ende, su lidia existe todo un sector económico que no puede eliminarse de un plumazo. La tauromaquia genera empleo -unos 200.000 según las estadísticas- y factura unos 2.500 millones de euros. Es necesario decir también que si el mundo del toro no logra unirse olvidando los intereses parciales cada vez se verá más debilitado ante los antitaurinos. Preservemos la tauromaquia como arte y tradición. Y dejemos a la libertad individual contemplar -o despreciar- la maestría del torero al abrirse de capote o meciendo la muleta con su muñeca.

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