La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Torra, pirómano vicario

Su maldad sólo se compara a su torpeza: vive en una realidad paralela, en la que los vándalos son infiltrados o provocadores

Los independentistas esperaban como agua de mayo la sentencia -condenatoria, por supuesto- para resurgir de su decadencia y recomponer su unidad resquebrajada desde el fracaso de hace dos años, propiciando con ello un fuerte impulso al sueño de la república. Ha resultado que no. Tras la sentencia del Tribunal Supremo, los líderes del procès siguen en la cárcel, el secesionismo está más dividido y la república aparece más lejana que nunca. Sólo el caos triunfa en la calle.

Las grandes crisis permiten calibrar la auténtica dimensión de los dirigentes políticos. Ésta ha retratado con nitidez a Quim Torra. No es que no esté a la altura de las circunstancias, es que no está: vive en una realidad paralela, autoconstruida, en la que la ideología de la mitad de la población se convierte en proyecto nacional impuesto a la otra mitad, la democracia española no es más que una excrecencia neofranquista, las leyes se pueden saltar a conveniencia, el derecho de autodeterminación es sagrado y los vándalos que practican la guerrilla urbana o son pacíficos o, si no lo son, son infiltrados y provocadores. Su maldad únicamente es comparable a su torpeza. La primera le viene en buena medida de su fanatismo, xenofobia y carácter totalitario. Y la torpeza obedece, básicamente, al pobre bagaje intelectual que atesora y a la condición de marioneta manejada con comodidad y sin disimulo desde Waterloo.

Y, ya se sabe, desde el placentero autoexilio de Puigdemont sólo llega una estrategia, la del cuanto peor, mejor. Otra distorsión de la realidad: pensar que dando un salto cualitativo a la movilización callejera, subiendo el grado de violencia y tratando de hacerla permanente -sean cuales sean los daños... para otros-, el Estado cederá, los presos saldrán, Europa terminará apoyando a los insurrectos, se acordará el referéndum y la República de Cataluña se proclamará pacíficamente, entre cánticos y flores. El paraíso, al fin.

Todo lo que se le ocurre a Torra ante el espectáculo dantesco de Cataluña en llamas es negar lo que todo el mundo está viendo en directo en televisión e internet, participar como un activista más en un corte de carretera en una compañía tan tóxica como la de Ibarretxe, exigir a los Mossosque repriman a los insurrectos con prudencia y proporcionalidad (¿qué sería proporcional a tirar a la Policía un cóctel molotov?) y sorprender a su propio Gobierno con otro referéndum para "validar" la independencia. Repetir el fracaso de 2017.

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