SUFRO mucho viendo determinadas pruebas deportivas. Caso de los Mundiales de Natación que acaban de concluir en Rusia. ¿Que por qué los veo, entonces? Las retransmisiones son un prodigio técnico. De hecho, lo que a mí me sorprende es que haya gente que vive ajena a estos eventos, incapaz de apreciar hasta qué punto de excelencia ha podido llegar el mundo del audiovisual, de la producción y ejecución de eventos. Hasta ahí lo bueno. Lo deslumbrante. Después viene el sufrimiento. La natación sincronizada, con el nivel de exigencia actual, es un fenómeno reciente. Mientras no hubo vídeos y los equipos no pudieron verse una y otra vez para mejorar las rutinas, todo era distinto. Por decirlo de alguna manera, más soportable. Lo que ahora se les exige a las nadadoras es inhumano. Las chicas de la sincro tienen que ser máquinas.

Porque como solamente hay tres medallas, y se les ha metido en la cabeza ir a por ellas, no tienen más remedio que introducirse en el grupo de élite formado por Rusia, China, Japón y Ucrania. Pero ahí sólo caben tres. Y encima, son jueces las que deciden. Con subjetividad. Si las niñas-máquinas no consiguen la presea, encima, hay quien las humilla en sus crónicas con expresiones como "la sincro se hunde". No cabe en cabeza humana que se pueda someter a unas menores de edad a rutinas (la palabra ya es odiosa, rutina, cuando la vida y lo mejor es lo que no se repite, lo imprevisible, novedoso que encontramos a la vuelta de la esquina cada día). Basta ver entre al grupo de niñas a competir, a paso militar, para que nos estremezcamos. ¿Dónde acaba lo artístico y comienza la tortura? En la sincro está muy claro. Dentro de un año las veremos sufrir en Río. Cuánto dolor.

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