Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Trileros

EN este negocio (gran negocio) de la Televisión funciona el tradicional estilo de los charlatanes de feria: nada por aquí, menos aún por allá, una engañifa por acá y un ya te daré por ahí. Los trileros sólo han cambiado la mesa por una parrilla y el megáfono por una mesa de mezclas, para grabar las promociones.

Los de Telecinco son los mejores ejecutando estos trucos de barraca, dejando con la boca abierta a los sofalícolas, y les sale a la perfección sus estrategias promocionales. Los espectadores llegaron este fin de semana a la conclusión de que "había que ver", velis nolis, la transformación de Bea. Entre fotos vendidas a una revista, la promoción de las reformas del careto (con el estilo copiado de Betty, a partir de hoy en Cuatro) y con la parcela cultivada por Aída, lograron cifras de rércord. Todo para sólo 10 segundos en los que se comprobó que ni Bea era tan fea ni Ruth Núñez tan espectacular. No se podían esperar milagros, sólo curiosidad satisfecha. Dos años interminables y más de 400 capítulos para cambiar a la protagonista con una mascarilla, una depilación y unos alambres menos.

Yo soy Bea es ejemplar. Modelo de academia de telenovela bien exprimida: una historia lineal a paso de tortuga con varios satélites que giran en torno a sí mismos. Tienen mérito esos guionistas (o más bien dialoguistas) que son capaces de llenar 40 minutos donde en el fondo no hay nada. Y encima entretienen. Este domingo embobaron a una media de 8 millones de espectadores dispuestos a tragarse todos los sapos argumentales para llegar a un punto tan previsible y esperado como tramposo. De por medio timbrea la caja registradora con desparrame. Tras tres meses en picado, Telecinco ha recuperado la audiencia de Bea. Y con la nueva protagonista de Patricia Montero (Rocío casi madre), ultrapija buena y buena persona, tienen para otros dos años.

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