Cada día que pasa va quedando demostrado que las muy nocivas consecuencias de la pandemia están teniendo su contrapartida beneficiosa. Como es duro escribir esto, y más aún pensarlo, diremos mejor contrapartidas paliativas. Porque obviamente no ha traído nada bueno, sólo sufrimiento, dolor, muerte y ruina. Pero ocurre que el hombre, en medio del trauma, busca alternativas al destrozo y hace lo que puede para consolarse. Y sí: evadirse.
Pienso en esto sudando la gota gorda a varios metros de la marquesina del bus. No estoy debajo porque no sólo no da sombra sino que su chapa multiplica la temperatura que está asando Torneo a fuego lento. Acompañado por un concierto de chicharras leo el cartel publicitario de una región. En estos días todas invitan a visitarlas, incluida Cataluña, lo que sería practicar ahora turismo de alto riesgo, cuando no salvaje. Son mensajes a base de topicazos. Pero los topicazos tienen un efecto sedante, relajante. Y así Galicia, La Mancha, Extremadura o Murcia nos llaman a través de una encantadora vieja o de unos jóvenes sanísimos.
Yo no voy tan lejos. A la altura del Benito Villamarín nos quedamos solos en el bus el conductor y yo. Con la megafonía interior del vehículo me tomo el itinerario como una ruta turística en la que se me informa de los lugares que recorro. Y así oigo nombres que no había oído en mi vida y mis ojos contemplan urbanizaciones con colmenas de pisos y solares y descampados y parques prefabricados y secarrales con porterías de fútbol mohosas, todo calcinándose bajo el sol a las "muy sevillanas maneras". Después el autobús enfila muy lento una avenida que según la megafonía -que también recuerda cada dos por tres, pero ahora sólo al conductor y a mí, que es obligatorio el uso de la mascarilla en el interior del vehículo- tiene el nombre de la ciudad en que nací, y entonces las ruinas de los cuarteles del Ejército me recuerdan cuando entrábamos desde el sur aquellas visitas infantiles a Sevilla con mis padres, visitas que hacíamos desde la ilusión y el asombro y con toda la actitud dispuesta al descubrimiento y a dejarnos sorprender por las luces y los brillos de la "gran ciudad" viniendo como veníamos del "pueblo".
Ahora hago en este domingo de julio el recorrido a la inversa. Dejo atrás la metrópoli vacía y me voy al extrarradio. Las cuadrículas y los segmentos de las playas deben estar atestados. Aquí apenas hay alguien. Una joven taciturna me pone una jarra helada de cerveza en La Preferida, frente a la torreta de la Venta de Antequera. Ni me pregunten que hago aquí. Sólo soy como un guiri en Bellavista. Bebiendo cerveza tan a gusto, haciendo turismo interior.
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