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El periscopio

León / Lasa

Turismo 'trolley'

Algunas ciudades creen que el turismo es la panacea pero otras ya vienen de vuelta y lo que hacen es embridarlo para que no se desborde.

FUE a mitad del siglo XVIII cuando se puso de moda entre las familias aristócratas británicas mandar a sus jóvenes cachorros al continente durante varios meses a conocer las raíces clásicas de la civilización europea: lo denominaban el Grand Tour. Destinos obligados eran Italia, Grecia y, también, lo que hoy conocemos como Alemania. Se viajaba, como digo, durante muchas semanas, abarcando gran parte de la primavera y el verano, con numeroso equipaje y acompañado de, al menos, un mayordomo que cuidara de la intendencia natural en este tipo de desplazamiento. Ejemplos literarios de estos viajes son el Viaje Sentimental de Laurence Sterne, la Historia de una excursión de seis semanas, de las hermanas Shelley o el impagable Viaje a Italia de Goethe. Hay muchos más para quienes quieran viajar sin salir de casa. La costumbre se prolongó muchas décadas, hasta bien entrado el XIX (la agencia de viajes Thomas Cook & Sons, la primera de la historia, se creó a mediados de ese siglo XIX). Eran -quién lo niega- viajes elitistas, llenos de glamour y comodidades que servían para el "aprendizaje", intuimos que no solamente en lo estético, de esos muchachos a los que les esperaba luego la tarea de gobernar el Imperio.

Que las tradiciones viajeras han cambiado -y no digamos cómo desde la irrupción de Michael O'Leary- no hay quien lo niegue. Hoy apenas quedan viajeros como aquellos británicos que salían a explorar Europa (o el mundo, más adelante) durante meses o años; por el contrario, el turista -adivinen la procedencia de la palabra- se ha multiplicado como, para muchos, una plaga de langostas, arrasando y degradando estéticamente aquellos destinos elegidos. Algunas ciudades siguen considerando al turismo como la panacea de todos los males económicos: crean, sin duda, puestos de trabajo (de muy bajo valor añadido); provocan la apertura de comercios y bares (de dudoso gusto); y revitalizan centros históricos (quizá en exceso). Por eso, promueven alargar sus fiestas tradicionales y mimar al turista, aceptando el riesgo de convertirse en un remedo folclórico de un parque temático. Si esa es la solución, se pueden preguntar algunos, ¿por qué no decretar "estado de feria" todo el año? Otras latitudes -que quizá han llegado a destino y vienen de vuelta- por el contrario, procuran embridar la cuestión de un turismo desbordado y que, muchas veces, es menos rentable de lo que parece. Amsterdam (diario El País: "No nos visiten tanto, por favor") se plantea reducir de alguna manera los apartamentos turísticos y las plazas hoteleras; igual que Barcelona; Venecia ha decidido prohibir los trolleys -ejemplo máximo de cutrez viajera- en sus calles por el ruido que provocan. Podían haber extendido la prohibición a las chanclas-velcro y a los pantalones piratas. Todo llegará. Con un poco de suerte.

PS.: Alguien escribió una vez: "La sociedad de consumo consiste en hacer creer a las masas que acceden a privilegios que ya no existen". Te la compro, que diría un tertuliano.

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