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Llegué a Túnez en 2012, justamente un año después de la Revolución de los Jazmines y con intención de celebrarla a viva voz en varios actos culturales organizados por nuestra embajada, el Instituto Superior de Lenguas Vivas y por la sociedad civil. Túnez había acabado con la dictadura de Ben Ali y convertido en la primera democracia secular del mundo árabe. Uno de los actos tenía lugar en una ciudad del sur, muy turística, hotelera, hostelera, pintoresca. Allí, pasé un dedo sobre los souvenires inertes de un tenderete. La arena del Sahara había cubierto aquellos recuerdos y a su vendedor. En un año no pasaba por allí un turista. Así se había quedado todo, inmóvil, petrificado, esperándome. El dictador había hecho de Túnez una potencia turística y, claro, el turismo huye de Roma en su Caída. Un mundo nuevo sin sello de calidad no es un lugar adonde van a parar los turistas. Es mayo en el mundo, 2020, y una pandemia ha venido a mudarlo todo. Como a aquella ciudad a orillas del desierto, a esta otra ciudad del sur en la que vivimos ya no llegan turistas. Ni llegarán en un tiempo. También aquí nos habíamos ofrecido al turismo hasta salirnos del pellejo, de nuestros pisos, usos, comercios y barrios, de la ciudad misma, para que el visitante se sintiera como en la suya. Y ahora, qué. ¿Nos sentamos a esperar, a la puerta del tenderete, a que vuelvan a turistificarnos?

Hay quienes esperan y porfían por volver a ser lo que fuimos: una ciudad con una economía y empleo sustentada en un modelo de turismo que, como el cangrejito rojo, resulta invasivo en el nivel y el modus vivendi local. A los políticos de gobierno y oposición de la ciudad y la autonomía les escuchamos hablar todo el rato de destino seguro -que es un oxímoron muy poético--, de relanzar la marca Sevilla, y de un sello para los establecimientos turísticos donde ponga que están libres de bicho. Se abrazan a la palabra coyuntura y les entran las desesperaciones sólo de pensar que el mundo ha cambiado o que, al menos, nos da está dando la opción de cambiar. Que la riqueza de una ciudad como Sevilla se sustente en el modelo de turismo que se estaba imponiendo era, además de insostenible, una temeridad, como bien están pudiendo ustedes mismos observar. La capacidad, la preparación, la inventiva y las ganas de mucha gente de Sevilla están perfectamente preparadas para refundarse en esta ciudad desde otras actividades (nuevo pequeño comercio, investigación y desarrollo, creación artística, arquitecturas colectivas, soberanía alimentaria… ¡pues no hay cosas en las que ser punteros!). Otros modelos de ciudad son posibles. Las administraciones lo saben, pero de poco sirve. Una Sevilla a la altura de los acontecimientos no puede depender del -como cantan con retranca los Pony Bravo- turista ven a Sevilla.

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