Twitter y el envilecimiento del debate público

LOS ya tristemente famosos tuits mofándose de la trágica muerte del torero Víctor Barrio no nos interesan en sí mismos: simplemente son el subproducto de tarados sin escrúpulos que deben ser localizados y, si es pertinente, ser sometidos a juicio y sancionados. Ha hecho bien la Fundación Toro de Lidia al denunciar en comisaría a seis personas por estos tuits al considerar, con razón, que atentan contra el honor, la intimidad y la memoria del diestro muerto. La Guardia Civil y la Policía ya están investigando y será la Justicia la responsable de depurar responsabilidades. Sin embargo, estos tuits sí nos parecen dignos de nuestra atención en el sentido de que son una prueba más del envilecimiento en el que ha caído el debate público desde la revolucionaria irrupción en nuestras vidas de las redes sociales, especialmente Twitter, que es el lugar de la red donde se están produciendo los mayores dislates.

Desde el siglo XVIII hasta la reciente revolución digital, el debate público se producía en eso que ahora algunos llaman los medios de comunicación convencionales; es decir: periódicos, radios o televisiones altamente profesionalizados que se encargaban -aún lo hacen- de canalizar el debate público velando por la calidad formal y moral del mismo. No era un sistema perfecto y estaba sometido a arbitrariedades, pero en general ha dado -y sigue dando- buenos resultados. En un medio de comunicación profesional nunca se hubiesen publicado los susodichos tuits. Sin embargo, la irrupción de las redes sociales, que para algunos ingenuos ha supuesto una emancipación de los ciudadanos de los medios de comunicación tradicionales, ha elevado a público lo que antes no dejaban de ser comentarios de mal gusto pronunciados en una barra de bar o al calor de una mesa camilla. La degradación ética y formal del debate es indiscutible y Twitter coloca al mismo nivel la opinión compleja y mesurada de un pensador a la de un energúmeno dispuesto a insultar y amenazar.

Evidentemente, no se puede dar marcha atrás: las redes sociales han venido para quedarse. De lo que se trata, pues, es de avanzar en los medios de control de dichos medios, tarea muy difícil y que siempre puede traspasar la delicada frontera de la libertad de expresión. Por una parte, hay que perfeccionar los mecanismos de autorregulación (no era muy difícil saber que dichos tuits eran altamente ofensivos); por otra, darnos cuenta de una vez por todas de que Twitter es una gran plaza con millones de voces y que todas no tienen el mismo interés.

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