Aprincipios de los 80, Max, el dibujante de cómics, me enseñó un disco en su casa de Barcelona. El disco tenía en la portada la cara de un niño con las manos entrelazadas en la nuca. El título era muy sencillo, Boy. El nombre del grupo no me decía nada. Pregunté quiénes eran. "Son irlandeses. Muy buenos. Escúchalos", me dijo Max. Y los escuché. No todas las canciones me gustaron, pero descubrí que el sonido de la guitarra era muy bueno. Sólo cuatro o cinco veces en la vida oyes una guitarra que suena diferente a todas las que has escuchado antes. Esto sólo te pasa con Robert Johnson, con Bob Dylan, con George Harrison, con Jimi Hendrix, con Neil Young (y también con Nick Drake). Y eso me pasó con la guitarra de aquel grupo desconocido que se llamaba U2: sonaba de una forma especial, como si quien la tocara se hubiera inventado un instrumento nuevo -una guitarra de siete cuerdas, tal vez-, o la hubiera construido con una madera que nadie había usado antes.

A finales de los 80, en Dublín, fui a ver la calle Windmill Lane, que estaba cerca de la desembocadura del río, en una zona de almacenes y naves industriales, sólo porque sabía que U2 habían grabado muchos de sus discos allí. Y cuando llegué, me fue muy fácil encontrar el estudio de grabación porque había un grupo de aficionados haciéndose fotos frente a una fachada llena de grafitis. Estaba claro que U2 se habían convertido en lo que entonces se llamaba un "mega rock group". Un amigo mío dublinés, que había sido compañero de clase de Bono, me contó que se lo había encontrado por la calle y que había querido saludarlo, pero que sus guardaespaldas no le habían permitido acercarse. Bono, desde lejos, le había hecho un gesto de impotencia, como queriendo explicarle que la fama era así.

¿Son tan buenos U2? Tengo mis dudas. Debo reconocer que han compuesto algunas canciones muy buenas (Elvis Presley and America es mi favorita, aunque ésa nunca suena en los conciertos) y que muchos de nosotros no podemos entender nuestra juventud sin sus canciones. También sé que su guitarrista, The Edge, es uno de los mejores guitarristas que he oído. Pero no sé si sería capaz de decir algo más. Hay algo declamatorio, hueco, inauténtico en la música de U2. Parece hecha para estadios olímpicos, pero no para un pequeño club donde sólo caben cien personas, que es el lugar donde se produce de verdad el milagro de la música. Pero también reconozco que la música de U2 me ha acompañado a menudo, y eso no tiene precio. El jueves pasado las calles de Sevilla estaban llenas de gente que llevaba camisetas negras. Todos iban a ver el concierto de U2 en el Estadio Olímpico. Les deseé buena suerte, recordando aquel día lejano en que Max me enseñó el disco de Boy en su casa de Barcelona.

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