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Unamuno, 1936

El insobornable pensador bilbaíno fue siempre por libre, de frente y sin casarse con nadie

Acuenta de lo que se dijo o no dijo en su literalidad, pues como era sabido los testimonios proceden de fuentes indirectas, se ha recordado estos días el enfrentamiento entre don Miguel de Unamuno y el general Millán Astray, cuando el anciano rector de Salamanca se atrevió a disentir públicamente del fundador de la Legión -venceréis pero no convenceréis- y poco faltó para que no lo lincharan allí mismo, en el paraninfo de la venerable Universidad donde los alzados celebraban el infausto Día de la Hispanidad de 1936. Se trata de un episodio justamente célebre sobre el que hay buenas aproximaciones disponibles, que coinciden en lo fundamental a la hora de señalar el impresionante arrojo del pensador bilbaíno. Lo de menos, por tanto, es si el discurso que reconstruyen los estudiosos, que por lo demás recoge palabras y expresiones anotadas por el propio Unamuno, es exactamente el mismo que escucharon -y silenciaron- los presentes en la jornada, pues lo que revela el fondo de la intervención es el coraje, la integridad y la independencia de criterio de los que siempre hizo gala.

En el penúltimo de sus sonados bandazos, don Miguel, profundamente desengañado con la deriva de la República, había apoyado la causa del levantamiento militar cuyos artífices invocaban su consigna en defensa de la civilización cristiana occidental pero se comportaron, desde el comienzo de la sublevación, con una fiereza despiadada. Odio y no compasión, según escribió y dijo, es lo que se desprendía de una acción represiva cuyo alcance no pudo conocer -Unamuno moriría en diciembre del mismo año- más que en los inicios. España se entregaba a una orgía de violencia y fueron muy pocos los que denunciaron las atrocidades de su bando o comprendieron, como el veterano noventayochista, que si se trataba de perseguir y eliminar a los adversarios, estigmatizados como enemigos despreciables, no se podía pertenecer del todo a bando alguno. Sería inútil buscar coherencia, cualidad ambigua en tanto que aplicable a quienes nunca dejan de equivocarse, en las posiciones cambiantes de un polemista que afirmó demasiadas veces una cosa y la contraria, pero la grandeza cívica de Unamuno no se halla en sus aciertos, que los tuvo, sino en su actitud insobornable y en la ejemplaridad con la que defendió sus convicciones y ejerció su magisterio, yendo por libre, de frente y sin casarse con nadie. Hacerlo en aquella hora aciaga, frente a una audiencia enardecida y en la ciudad que acogía el cuartel general de las tropas nacionales, lo retrata para siempre como un hombre increíblemente valeroso que supo estar, en la misma boca del lobo, a la altura de su leyenda.

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