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La tribuna

Lourdes Alcañiz

Estados Unidos: ha nacido un sistema

LOS historiadores contarán que nació un día de Navidad, en medio de una tormenta de nieve, después de décadas de gestación y meses de acalorados debates. Dirán que no pudo ver la luz ni con Roosevelt, ni con Carter, ni con Clinton y que fue finalmente con Obama, y tras una de las peores recesiones que conoció el país, cuando finalmente el Senado de los Estados Unidos permitió que naciera una nueva forma de entender la sanidad en ese país.

Todavía quedan muchos flecos por arreglar, pero se trata de un paso de gigante en este agonizante parto para reinventar la sanidad americana. Los medios estadounidenses lo comparan con la creación del sistema de seguridad social en 1935 o con Medicare en 1965, un programa nacional de seguros para los mayores de 65 años, el único grupo demográfico con cobertura sanitaria universal.

Esta reforma significa que más de 30 millones de estadounidenses que no tenían ningún tipo de seguro médico podrán tener asistencia sanitaria. El proyecto de ley establece la obligatoriedad de tener cobertura sanitaria (y de ser multado en caso de no tenerla). Para ello se van a utilizar dos mecanismos: el primero, expandir la cobertura de un programa federal que ya está funcionando, denominado Medicaid. Este programa ofrece cobertura sanitaria a personas de bajos ingresos y la idea es ampliar la cobertura a 15 millones de personas más. Por otro, el Gobierno dará subsidios a aquellas personas que no puedan pagar un seguro de salud para que lo obtengan. Queda por ver si entra en efecto o no el plan de proporcionar un seguro médico financiado por el Estado, un punto esencial de la reforma que no ha sido considerado por el Senado en su proyecto, pero sí por el Congreso.

El gran problema de la sanidad americana es el desamparo de la clase media. Las personas cercanas a lo que la ley establece como nivel de pobreza pueden recibir asistencia sanitaria a través de Medicaid. Los que trabajan en empresas en las que se requiere que se proporcione cobertura a los empleados la tienen, y también aquellos que pueden pagárselo. Una póliza privada viene a costar unos 1.200 euros mensuales para una familia de cuatro personas. El resto, es decir, 46 millones de estadounidenses, no tienen donde acudir si se ponen enfermos.

La necesidad de que un gobierno proporcione asistencia sanitaria a sus ciudadanos es una obviedad para los países industrializados del mundo, especialmente en Europa. Pero no para la economía más poderosa del mundo: la reforma sanitaria ha estado a punto de no aprobarse. La reforma se votó en el Senado por partido, algo poco usual en la Cámara alta y tras una intensa campaña política de concesiones a los senadores demócratas que se resistían.

Ningún republicano votó a favor de la ley. El Partido Republicano considera un gasto exorbitante los 871 mil millones de dólares que costará la reforma durante los próximos 10 años. Sin embargo, prácticamente horas antes de esta votación el mismo Senado aprobó sin ningún reparo 626 mil millones de dólares para presupuesto militar. No son sólo los republicanos: las últimas encuestas indicaban que el público en general no tenía claro si esto de la reforma era una buena idea. Las historias de horror por falta de cobertura médica llenan medios de comunicación, películas y libros en Estados Unidos. Y aun así, son ya 50 años luchando por establecer un nivel de atención sanitaria básica. La respuesta a esta actitud se encuentra en los valores intrínsecos de la sociedad americana.

El gran escritor de viajes James Michener hablaba en sus libros de la personalidad de una nación. En Japón la palabra sessei, moderación, templanza, autocontrol, describe las cualidades más apreciadas en ese país. En su obra Iberia, publicada en 1968, Michener habla del "Viva Yo" español como una buena forma de definir nuestro carácter nacional. El equivalente estadounidense sería "Si quieres, puedes", con una segunda parte implícita en esta frase: "Y si no puedes, es porque eres un loser, un perdedor". América se forjó a base de pioneros que llegaron por mar primero y que conquistaron el Oeste después a golpe de individualismo. Este espíritu, el mismo que da vida al Sueño Americano, permea todavía el concepto de Estado. O en otras palabras, si uno no tiene seguro médico es su problema; el Gobierno no está ahí para solucionar los problemas individuales. Si estás en apuros, vete a una obra benéfica o a una ONG. Hay una aversión casi visceral a la intervención del Gobierno en el bienestar social. De hecho, la idea republicana para solucionar el problema era dar rienda suelta a las compañías de seguros para que el mercado de la oferta y la demanda se ajustara por sí mismo.

La historia habla y hablará por sí misma. Aprobar el sistema de seguridad social en 1935 se comparó poco menos que con llegada del comunismo a América. Hoy en día a ningún político en su sano juicio se le ocurriría tocar esta sagrada institución. Sospecho que la reforma sanitaria va a recorrer un camino parecido.

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