Por mucho que le damos vueltas no logramos comprender cómo una universidad del tamaño de la de Sevilla sólo tiene un candidato a las elecciones a rector, convocadas para el 19 de marzo. No estamos hablando de un instituto de barrio. La Hispalense es una de las instituciones más importantes de la ciudad, con más de 500 años de historia, 72.782 estudiantes, 2.672 empleados en administración y servicios y 4.177 profesores... Y, sin embargo, sólo uno de sus catedráticos (los únicos que pueden aspirar al cargo), Miguel Ángel Castro, ha dado el paso para sucederse a sí mismo. Podríamos pensar que el profesorado universitario no es aficionado a la política (la gestión de un conglomerado como la Hispalense lo es, no lo duden), que el bonete negro no es un dulce apetitoso pese a las muchas prebendas (y obligaciones) que lleva aparejado... Pero miramos a la política nacional y autonómica y no vemos más que profesores por todas partes. No ponemos en duda ni la gestión ni la legitimidad del rector Castro, pero él mismo debe ser consciente de que este modelo a la búlgara, en el que la oposición adolece de una extrema debilidad que le impide competir electoralmente (casi se limita a conspirar en los bares de facultad y los despachos), no puede ser sano para la US.
Las razones últimas de esta inhibición de los catedráticos a presentarse a rector hay que buscarlas en la reciente historia de la Hispalense. Desde que en 1996 llegase al cargo Miguel Florencio se inauguró una línea sucesoria -una especie de partido sin nombre- en la que el nuevo rector siempre es el candidato oficialista. De alguna manera, y salvando enormes las distancias, las elecciones en la Hispalense recuerdan al viejo sistema mexicano, cuando el PRI se perpetuaba en el poder con una sola condición: el sacrificio ritual del presidente cada determinado tiempo y la elección de un nuevo candidato del partido. Así, después de Florencio, vinieron Joaquín Luque, Antonio Ramírez de Arellano y, desde 2015, Miguel Ángel Castro, el único que ahora se presenta a las elecciones. Este partido sin nombre sobrevivió, incluso, a una de las crisis más profundas que ha tenido la Hispalense, el fiasco de la biblioteca de Zaha Hadid. Abandonó Luque, pero le sucedió el que había sido su vicerrector de infraestructuras (sic), Ramírez de Arellano, luego fichado por Susana Díaz para consejero de Economía y reconvertido en encendido orador socialista. Algunos dicen que todo se debe a que el órgano que elige al rector es el Claustro, siempre más fácil de controlar que unas elecciones con sufragio universal (como se practica en la casi totalidad de las universidades públicas). Es sólo una hipótesis. Lo que es una realidad incontestable es que, hoy por hoy, sólo hay un candidato, lo cual, como mínimo, mosquea.
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