¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Universidad de pago

La Hispalense tiene el derecho y la obligación de evitar la invasión turística de sus instalaciones

La decisión de la Consejería de Cultura de cobrar por entrar en museos y monumentos empieza a marcar tendencia. Ahora le toca al turno a la Universidad de Sevilla, cansada de que su sancta sanctorum, la antigua Real Fábrica de Tabacos, se haya convertido en un turistódromo en el que ni la estatua del padre fundador, maese Rodrigo Fernández de Santaella, se respeta. La intención de los cátedros es limitar el acceso a los turistas y su pastoreo por unas cañadas habilitadas para la visita. Y posteriormente, cuando el eterno proyecto de musealizar (con perdón) el Rectorado se haga realidad, cobrar una entrada que sirva al mantenimiento del rico patrimonio de la Universidad, cuyas obras más preciadas, por cierto, provienen del expolio de los ilustrados a la Compañía de Jesús. Lo de siempre: las luces contra el oscurantismo (y de paso, el botín).

Durante la segunda mitad del XX, la Hispalense acertó en su modelo de universidad desperdigada por toda la urbe y abierta a la ciudadanía; pero el turismo masivo, ese del que comemos (mal, pero comemos), todo lo deteriora y la Fábrica de Tabacos no iba a ser una excepción: su condición de edificio franco tiene los días contados. Como ocurría antiguamente con la Catedral, este monumento -uno de los ejemplos más hermosos de la arquitectura fabril dieciochesca- era un sitio al que cualquier paseante podía acceder para acortar el camino, buscar la sombra o el paraguas de sus bóvedas, tomar un café entre la alegre estudiantina o languidecer en la paz machadiana del Patio de Arte. Pero todo empezó a cambiar cuando llegaron los primeros turistas, al principio tímidos y vacilantes, luego con desparpajo y escandalera. El anexionismo del sector no es nuevo. En su día, incluso algún empresario fantaseó con la expulsión del Claustro para ubicar allí una especie de comedero de canapés para los congresistas de Fibes. "Para estudiar sirve cualquier edificio en el extrarradio", decía el prócer.

Hace ya más de un año charlamos con un catedrático de Historia que nos comentó cómo la situación estaba llegando al límite, con turistas que interrumpían las clases como esos otros que se meten a husmear en las iglesias en plena misa, sin respeto la Academia ni a la liturgia. La Hispalense tiene el derecho y la obligación de garantizar el correcto ambiente universitario, esa gloriosa y añorada mezcla de algarabía estudiantil con sepulcrales silencios docentes. Pero los daños colaterales serán inevitables: tornos en las puertas, seguritas escrutadores, itinerarios obligatorios... La limitación en la entrada hará que los ciudadanos pierdan el roce con el edificio y de ahí al extrañamiento hay sólo un paso. Esperemos, al menos, que se respete a los gatos que sestean al sol en el foso, últimos dioses de una Sevilla en patinete.

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