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Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Urbanidad

LOS urbanistas miden la calidad de vida de una ciudad con indicadores técnicos: medioambiente, habitabilidad, movilidad o cohesión social. Doctores tiene la urbe, pero todos somos peritos en valorar lo bien o mal que se vive en tu ecosistema. Evaluamos según los síntomas que más significativos nos parecen más allá de inventarios oficiales, y si de vez en cuando se viaja, esa percepción también es comparativa. Hay cuatro o cinco indicadores de las ciudades del sur que contrastan seriamente con las del norte, a pesar de lo cual, según las encuestas, estamos encantados de conocernos y olé, porque aquí se vive mejor que en ningún sitio del mundo. A saber: caca de perro en acera por habitante, limpieza de los servicios y WC de los bares, vociferio y abuso del coche (o escasez de desplazamientos a pie). En los dos primeros somos campeones nacionales, y los dos segundos, ahí andamos. Admitamos que la calle donde usted vive es la excepción.

Tener un perro como mascota es un hábito con el que emulamos de forma precipitada -es decir, sin la debida cocción de urbanidad previa- a los británicos, y llenamos los condominios de perros salchicha, labradores, bodegueros, jack russells y, lo más fashion actualmente, bracos alemanes... y de sus mojones -con perdón, es para entendernos- en las aceras, parques y alcorques (muchos propietarios piensan que la base de un árbol o la tierra son sitios en los que dejar los truños de su chucho no sólo es cívico, sino nutritivo para la flora). Que sí: la mayoría recoge amorosamente el set de boñigas de Pongo o Tana, pero hablamos de porcentaje: con un diez por ciento de dueños guarros, las aceras dan asco y ofrecen serio peligro de costalazo. Mi evalaución es transversalísima: hace unos días volví a pasar por un demodé barrio de clase media-alta de mi ciudad y el escenario merecía un pictórico título: "Paisaje después de la cagada".

¿Y lo dantesco de no pocos servicios públicos de nuestras ciudades? Partimos de la premisa de que tal suciedad y empantanamiento úrico es mayormente cosa de los usuarios, de los clientes que dejan el urinario como nunca dejarían el de su inmaculada casa: el civismo es justo lo contrario; mi casa estará como esté, la casa común es sagrada. Es una cuestión de reciprocidad y respeto: de urbanidad. Un amigo, veterano perruno y campeón del gasto de suela me recuerda la clave y la extrapola a nuestra gobernanza común: si la urbs y la civitas latinas, lo común, no son respetadas por sus habitantes, ¿cómo vamos a tener un sistema político respetable?

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