Valor y precio

Que no las asesinen no significa que las respeten sino en muchos casos que ellas están sometidas

Es combinar estas dos palabras y además de Machado ("solamente un necio confunde valor y precio") se me viene a la cabeza Isaac Rosa y por tanto aprovecho para aconsejar en la lista de Reyes, Lugar Seguro, su última novela. Estamos a tiempo de arrimar autores magníficos que tenemos la suerte de tener como vecinos para ampliar la biblioteca -y la vida- a costa de sus majestades de Oriente: Daniel Ruiz, Sara Mesa, Rivero Taravillo, Fran Matute, Octavio Salazar, Manuel Gregorio, Braulio Ortiz, Pilar Alcalá. De todo: ensayo, poesía, novela. O reediciones como María Lejárraga o la nueva traducción de Proust de Renacimiento y El Paseo, por nombrar editoriales sevillanas. Leer es ampliar el horizonte que tantas veces nos agobia y nos asfixia.

Hecha la recomendación, volvamos al pensamiento machadiano. Estos días de goteo doloroso de asesinatos de mujeres (un diciembre especialmente siniestro en cuanto a crímenes machistas) hemos oído las condolencias habituales y también algún análisis, si es que en algún caso puede llamarse así la inmoralidad de aprovechar esa tragedia para culpar al adversario. La muerte, cada muerte, es una herida en nuestra conciencia de sociedad que pretende defender la igualdad y la seguridad, pero la violencia machista trasciende el trágico recuento de asesinatos. Que no las asesinen no significa que las respeten sino en muchos casos que ellas están sometidas. Su rebelión les cuesta la vida. Es un asunto tan endémico -es el patriarcado, me diría Amparo Rubiales que, como me quiere, se ahorraría el "estúpido" de la famosa frase de la campaña de Clinton contra Bush- y tan complejo que su tratamiento supone un enorme esfuerzo por parte de todos. Y cuando digo esfuerzo digo precio. Profesionales como Amparo Díaz o Miguel Lorente están roncos de recordar que una buena Ley, un marco legal valiente y comprometido, no basta. Se trata de un terrorismo cuyas víctimas a veces no se reconocen como tales. No saben. No pueden. Tratarlas, tratar a las víctimas y a los verdugos requiere una enorme inversión en formación, en educación, en medidas judiciales y sociales, en protocolos preventivos y en soluciones para las vidas rotas. Inversión obviamente económica. Hemos despedido el año 22 hablando de la precariedad de los juzgados que llevan la violencia de género, de los escasos recursos en protección policial, en atención sicológica, sanitaria, en ayudas sociales. ¿Hubiéramos dudado en la necesidad de protección de las víctimas del terrorismo de ETA? ¿Hemos racaneado en guardaespaldas o escoltas? ¿Alguien puso en cuestión su elevado coste? Nadie jamás expresó una duda. Que este 2023 sepamos el valor del precio de la vida -vida autónoma y digna- de las víctimas del machismo. Por ellas. Por sus hijos. Por todos.

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