Cuando ir a los baños era sólo alcanzable por los muy pudientes, esos que copaban la crónica social que Conchichi Ribelles firmaba en las tres letras, la Velá era el refugio donde la inmensa mayoría empataba el partido. Empatar el partido era no aburrirse en la intimidad de unas casas achicharradas por la calor. Irse a Triana para solazarse por Betis, que se convertía en una especie de noria donde todo consistía en ir desde el Altozano hasta el Bar Puerto, que por entonces ni siquiera había inaugurado Paco Ramos su templo de Río Grande, y volver. Y con la banda sonora de la época, que traía la copla de Juana Reina o el flamenco de Valderrama, Caracol o la Repompa, el personal iba y venía camino de la diversión sin que nada ni nadie le garantizase que iba a dar con ella. Luego llegó el seiscientos y los baños para casi todos, con lo que la Velá perdió mucho de su ADN.
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