INICIO del nuevo curso, y temores más que fundados de que proliferen las ruedas de prensa sin preguntas y sin periodistas. Al principio se llamaron comparecencias institucionales. Ahora ya no se necesitan eufemismos. Los políticos graban sus alocuciones y las distribuyen por los medios.

Las asociaciones de periodistas se soliviantan. Sin embargo, a poco que se analice la situación, hay algo que choca. La salida profesional más socorrida para los licenciados en Periodismo está en los gabinetes de comunicación. No faltan en ninguna de las administraciones. Primero ocuparon los territorios gubernamentales y ministeriales. Después pasaron a los autonómicos. Hoy por hoy no hace falta que un Ayuntamiento tenga varios miles de habitantes para contar con un gabinete de comunicación.

Antes de que se abriesen institutos de secundaria y los centros de salud, a determinadas localidades de pocos miles de habitantes llegaron, como una plaga, esos gabinetes de alcaldía en los que casi nunca faltó un periodista que diese fe de lo bien que se hacían las cosas.

Claro que aquí hay una contradicción. Si la mitad de la profesión periodística que quiere tener un empleo es absorbida por los gabinetes de comunicación, y la otra mitad se ve sometida a las reglas que imperan en los medios audiovisuales, que no son otras que las de realizar productos basados en el entretenimiento, podemos concluir, no gratuitamente, que corren malos tiempos para quienes llevan esto en la sangre.

Algo falla en la base. El periodismo es el opuesto a la publicidad. Informar es lo contrario que vender. Se inicia un curso en el que los medios de comunicación continuarán restringiendo puestos de trabajo y en el que los periodistas vocacionales sentiremos, cada día más, la extrañeza de sentirnos en un mundo que no es el nuestro.

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