Venganza de los dioses

Hasta ahora la ira y cólera de los habitantes del Olimpo había permanecido cauta, pero empiezan a moverse

En los momentos más críticos de la pasada intervención de las finanzas griegas, las autoridades económicas europeas pusieron un clamoroso empeño en declarar que se trataba de castigar a los viejos helenos por su descontrol y malgastar. Los portavoces del rigor presupuestario estaban fanáticamente convencidos: la austeridad era el dogma que permitiría a la Comunidad Europea salir adelante. El afán puesto en pedir disciplina fiscal, por parte de los políticos alemanes y nórdicos, era incansable. Un día y otro, ante su convencido auditorio, repetían que a los griegos había que infringirles una penitencia ejemplar, capaz, además, de escarmentar a posibles imitadores de su alegre despilfarro. Tan llamativas fueron estas proclamas denigratorias que algunos intelectuales europeos levantaron voces pidiendo reflexión. Aunque estaban escandalizados por la falta de solidaridad entre europeos, también sacaron a relucir otro argumento moral: el significado histórico de Grecia. Fuese cual fuese su estado actual, no podía olvidarse que de aquella tierra y de los antepasados de los indigentes -que, ahora, daban tan mala imagen haciendo cola en las plazas para comer algo caliente- habían brotado las primeras ideas y los proyectos forjadores de Europa. Aquellos manifiestos de escritores y artistas, en principio, pretendieron provocar mala conciencia en economistas y políticos, pero, sobre todo, era perceptible otra preocupación. ¿Se podía profanar -de manera tan ignominiosa- el lugar que había puesto los cimientos de un edificio que, con sus dioses, su cultura y su filosofía, había hecho posible que la ilusión de una Europa democrática perdurara dos mil quinientos años después? Algunos de los textos transmitían el miedo, el temor a un maleficio, a provocar al destino. Los guardianes de la austeridad debieron reírse: "Los dioses griegos están bien muertos o bien vigilados en los museos de Berlín, Londres o París en los que los hemos encerrados". Y, en efecto, hasta ahora, la ira y cólera de los habitantes del Olimpo había permanecido cauta. Pero empiezan a moverse, irritados de que sus viejos valores hayan sido desechados y que, los nuevos, traídos por los mercaderes de la austeridad y el superávit, estén a punto de hundir la Europa que ellos, con Sócrates a la cabeza, empezaron a concebir. Y aquellos dioses vuelven para vengarse. Unos, disfrazados de bárbaros, están en las puertas. Y, lo peor, otros, los populistas y nacionalistas, están ya dentro.

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