Crónica del Jueves Santo Jueves Santo de memorias y esperas bajo la lluvia

El tiempo El tiempo en Sevilla para la Madrugada

Tomás garcía Rodríguez

Doctor en Biología

La Venta de los Gatos

A mediados del siglo XIX existían diversas ventas o ventorrillos en las afueras de Sevilla

En mitad del camino que conduce al convento de San Jerónimo desde la puerta de la Macarena... figuraos una casita blanca como el campo de nieve, con su cubierta de tejas rojizas, verdinegras las otras, entre las cuales crecen un sinfín de jaramagos y matas de reseda...". Así comienza una de las Leyendas de Gustavo A. Bécquer, con malas hierbas que despliegan sus dorados reflejos sobre pobres tejados ávidos de eternidad y que colorean la incipiente primavera que ilumina los días de esperanza, renovación y alegría compartida. Los jaramagos comprenden diferentes especies de crucíferas con flores amarillentas, que se distinguen por la forma de sus frutos y hojas: los pimpájaros, pan y queso, rabanizas o la mostaza blanca son frecuentes en bordes de caminos y cubiertas de casas. Las distintas resedas herbáceas pueden crecer junto a ellos en estos débiles sustratos.

"... Una parra añosísima que retuerce sus negruzcos troncos por entre el armazón de madera que la sostiene... Por uno de los costados de la casa sube una madreselva agarrándose a las grietas de las paredes...". Junto a las atrayentes parras, las ensoñadoras y melíferas madreselvas, Lonicera sp., trepan y despliegan artísticos grupos de flores tubulosas amarillas, blanquecinas, rosadas, púrpuras..., de olor suave por el día y embriagador de noche, recordando el aroma primigenio de los bosques que acompañaron a nuestros ancestros.

A mediados del siglo XIX, existían diversas ventas o ventorrillos en las afueras de Sevilla, entre huertas cercadas por pitas, zarzamoras y chumberas. Sus ofrecimientos de ocio serían de domingos en familia o bien de aires disipados en nocturnidad: "... Aquí, el ventero, rechoncho y colorarote, sentado al sol, en una silleta baja, deshaciendo entre las manos el tabaco para liar un cigarrillo y con el papel en la boca...". Según antiguas crónicas, el tabaco era de uso extendido incluso en el interior de las iglesias, en las que "se tomaba sin reparo ni veneración al sacrificio que en ellas se ofrece". Los indianos ricos que retornaban a sus tierras hispalenses cultivarían esta planta solanácea en cortijos o haciendas, confeccionando con las hojas sus propios cigarros, nombre que alude a su semejanza plástica con los saltamontes, denominados cigarrones desde antaño en las comarcas sureñas.

Entre cantes, bailes, flores y cigarros, las tardes templadas y serenas transcurren plácidamente a la vera del río; otras veces, entre reyertas y disputas de mozos enzarzados por el amor de hermosas sevillanas que prenden las llamas irrefrenables de sus primeros amores.

"...Pocos días después, abandoné Sevilla, y pasaron muchos años sin que volviese a ella...; pero el recuerdo de tanta y tan ignorada y tranquila felicidad no se me borró nunca de la memoria". Al regresar, la alegría se había convertido en llanto y el hijo del ventero repetía en desvaríos delirantes: "En el carro de los muertos / ha pasado por aquí; / llevaba una mano fuera, / por ella la conocí".

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