LA Hermandad de San Esteban ha echado un borrón a su prestigio. Su línea de acción social es de las más avanzadas en el orbe cofrade, rompiendo moldes y fronteras con el hospital que ha construido para los refugiados saharauis en el desierto argelino, dotado con toneladas de material sanitario recabado aquí y acullá. O los recursos que movilizaron para ayudar a los damnificados por la última calamidad en Perú. Los musulmanes del Polisario han tenido mejor suerte que dos cristianos llamados José Víctor Rodríguez y José Luis Medina, vecinos de la collación de San Isidoro y conocidos internacionalmente como Victorio & Lucchino. Son miembros de dicha hermandad y han sido heridos en su amor propio, en su dignidad y en su fe. Alguien les hizo ver que en la hermandad había división de opiniones sobre su implicación en la estética imaginera, pero no porque lo hicieran bien o mal, sino porque se han casado. Por lo tanto, mejor que no se entrometieran hoy en un terreno gobernado por los heterosexuales.

Los diseñadores han pagado los platos rotos del tremendo lío interno en que está inmersa la junta de gobierno, con dimisiones y enconamientos por cuitas que nada tienen que ver con la labor que realizaban en los últimos años como vestidores de las figuras secundarias del paso de misterio, aportando gusto, tiempo y telas.

Ha hecho bien Manuel Román, presidente del Consejo de Cofradías, en criticar la exclusión por ese motivo. Si en Sevilla hubiera que rasgarse las vestiduras por la personalidad de los vestidores, la Semana Santa se quedaría desnuda. Elementos esenciales del canon vigente de la estética cofrade son obra de artistas y/o artesanos que en público no podían decir lo que sentían en privado. Y cuando los feligreses rezan en una misa oficiada por fray Carlos Amigo, vistiendo el purpurado ropa litúrgica que por encargo le han hecho Victorio & Lucchino, aquí paz y después gloria.