Desde el fénix

José Ramón Del Río

Viajando en coche

EN pocos días he viajado por España, en coche, recorriendo más de 2.000 kilómetros. No tema el lector que le vaya a contar al detalle mi viaje, como suele hacerle su amigo el minucioso. Si me ha creído y sigue leyendo, déjeme que le diga que vuelvo admirado de nuestra red de carreteras. Hoy las autovías y autopistas permiten un viaje rápido y, sobre todo, seguro. Así, usted puede almorzar en Mérida; después, visitar Trujillo, que se muestra sobre un cerro de berrocales graníticos, que dieron a sus hijos la fuerza necesaria para fundar 22 Trujillos en la geografía americana y dormir en Jarandilla de la Vera, en el mismo lugar donde el emperador Carlos se alojó, en espera de que le terminaran el retiro que se había preparado en Yuste y, a la mañana siguiente, recorrer en diez minutos, en coche, lo que a aquel, le costaba una jornada de camino. Como si esto fuera la radio o la TV, permítame un pequeño consejo: visite el monasterio de Yuste, si no lo conoce. Mi destino final era León, donde hay mucho que ver, pero si se conforma con el Hostal de San Marcos, la basílica de San Isidoro y la Catedral, con sus vidrieras que pintan de todos los colores la luz que deja entrar los encajes de la piedra, no habrá perdido el viaje. Y ya de vuelta, pasar por las tierras de Zamora, cerca de Benavente, parar en una finca entre Valderas y Campazas, para satisfacer una de mis aficiones, que por ser políticamente incorrecta, me callo.

Esa magnifica red de autopistas gratuitas y de carísimas autopistas tiene, como todo en la vida, también su lado malo. Y lo malo es que a los coches modernos les gusta correr y están fabricados para hacerlo, pero las autoridades de tráfico, con toda razón, quieren poner límite a la velocidad del vehículo, que va pidiendo correr cada vez más. Y ya sabe usted que, si se hace caso a lo que el vehículo quiere, se sobrepasa el máximo permitido y de eso se enteran los radares fijos y móviles, estratégicamente situados y le llega la multa y, lo que es peor, la pérdida de puntos, que puede ser tan progresiva, como es la del cabello para llegar a la calvicie. Pero como todo tiene remedio, el hombre ha inventado el GPS, que cumple la doble función de orientarte en carretera y avisarte de aquellos radares. Todo legal. Y ya que este artículo se ha convertido en una guía de publicidad, también le aconsejo su adquisición, porque puede amortizarlo en un solo viaje. Sería perfecto si la señorita Isabel que habla en el mío aprendiera a decir los nombres con los acentos en lugar correcto y no decir, por ejemplo, Caceres en lugar de Cáceres. ¡Dios! Me olvidaba de mi ultima etapa, que ha sido precisamente esta ciudad extremeña. No la cambio por Florencia. Vayan a verla, pero esperen al otoño.

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