Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Viajar despacio

Sevilla gana puntos para el 'slow tourism' que, pamplinas aparte, es una manera sabia de vivir

Nadie sabe cuántos años va a vivir. Normalmente vivimos menos de lo deseado y eso es algo que no sólo se mide en horas y meses. Hay otra vara para calcularlo que son las vivencias, las emociones, el disfrute, el conocimiento. Es la diferencia entre la cantidad y la calidad y es algo que se puede aplicar a cualquier concepto. Vivimos rápido, comemos rápido, viajamos rápido... Al menos hasta que la pandemia nos obligó a parar en seco e impuso un ritmo para muchos insufrible.

Ser lentos hace mucho que dejó de ser una virtud porque, erróneamente, es algo que se equipara a ser torpes, perezosos o nada resueltos. Pero todos en esta era de lo prime hemos añorado alguna vez esa vida rural donde los relojes se retrasan, como si el ritmo lo marcara la geografía, cuando en realidad es algo individual que tiene que ver con la forma de entender y relacionarse en la vida. Y después están las modas. Por ejemplo, pasamos del fast food, la comida rápida, al slow food, un concepto contrapuesto que defiende la necesidad de comer valorando más la calidad del producto, su procedencia y también el modo de cocinar esos ingredientes.

Todos estos movimientos sociales tienen, con perdón, una parte importante de pamplina porque detrás de ellos lo que prima es una estrategia publicitaria, más o menos acertada, que se basa en razonamientos lógicos y sobradamente probados.

Ahora lo slow ha llegado también al mundo de los viajes. En ese proceso de reinvención con el que el sector turístico apuntala sus cimientos tras el golpe del Covid hay una tendencia que es la de viajar despacio. En verdad ya existía antes de la pandemia pero, como todo lo que huele a sostenibilidad, se impone ahora con más fuerza.

Y, dentro de este movimiento, ciudades medias como Sevilla tienen muchas expectativas. A la marca de destino monumental, gastronómico y cultural se suma también el de seguro. Y las necesidades de diversificar abren el abanico hacia un entorno natural y paisajístico, próximo al mar y a la montaña. Son fortalezas suficientes como para atraer al más cotizado turista, que en estos momentos es el turista de lujo.

Lujo es hospedarse en una suite del Alfonso XIII y contratar una cena íntima en una casa palacio. Bien. Pero de lujo también es el turista que aparca esa especie de gymkhana que lleva a muchos a coleccionar sellos en su pasaporte en el menor tiempo posible y pasa hasta 15 días en una ciudad, conociendo su historia que, sin duda, es también la de quienes allí conviven y que trasciende de la visita exprés a la Catedral y el Alcázar. Son turistas que se integran y consumen productos locales de todo tipo y que generan riqueza directa e indirecta. Así es como viajaban los bohemios del siglo XIX que estrenaron el turismo, sumergiéndose en lugares nuevos como parte de su proceso de educación y aprendizaje. Despacio sin rankings ni récords que batir, viajando por las emociones que muchos sevillanos han redescubierto, por mor de la pandemia que nos ha hecho vivir más despacio.

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