Antonio Brea

Historiador

Víctimas ignoradas

Nuestra sociedad presta atención a los delitos en función de su utilidad pedagógica

Iniciada la segunda quincena de julio de 2020, las crónicas locales de sucesos nos sorprendieron con esta triste noticia: una mujer de mediana edad había perecido abrasada en el incendio de una vivienda, en las inmediaciones de la Ronda Histórica. En los días siguientes, el macabro acontecimiento adquirió muy diferentes matices gracias al ingrato trabajo de los forenses, que reveló el estrangulamiento de la finada antes de desatarse el fuego en el domicilio. Casi sin pausa, el extraño caso fue resuelto al detener los agentes de policía al presunto homicida y ladrón, tras haber realizado compras con la tarjeta de la víctima.

Un año más tarde, el recuerdo de aquel trágico episodio se revive con la petición por la Fiscalía de una dura pena de prisión para el acusado, cuyo juicio está previsto para el mes de septiembre. Coincidiendo con la misma, los periódicos nos ofrecen más detalles sobre el sobrecogedor crimen, revelando la naturaleza del desafortunado encuentro entre aquellas dos personas, concertado a través de una página web de contactos eróticos. Todo ello, a la espalda de una vía urbana actualmente objeto de una nueva y polémica peatonalización, por voluntad de nuestros dirigentes municipales, siempre solícitos a la hora de obstaculizar el día a día de los conductores. Y a cinco minutos a pie del Parlamento de Andalucía, cámara en la que nuestros representantes autonómicos discuten ajenos a las realidades ocultas que se desarrollan a la distancia de un breve paseo desde el antiguo Hospital de las Cinco Llagas.

Lo cierto es que me estremezco al pensar en el casi nulo impacto social del hecho que describo, en contraste con el que habría alcanzado, de ser el autor un novio celoso o despechado. En tal contexto, España entera habría tenido amplio conocimiento a través de las cadenas de radio y televisión, se habrían celebrado manifestaciones desgarradas y solemnes minutos de silencio, e importantes cargos políticos nos brindarían declaraciones emocionadas, clamando por la imposición de medidas tanto preventivas como punitivas.

Nuestra sociedad del espectáculo, por invocar el concepto acuñado hace más de medio siglo por Guy Debord, presta atención a los delitos graves, en función de su utilidad pedagógica para reforzar el pensamiento hegemónico. Lo hemos visto de nuevo, en fechas recientes, con el brutal linchamiento que acabó con la vida de un joven en una calle de La Coruña. Su supuesta condición homosexual animó una corriente de indignación popular, espoleada desde ámbitos partidistas y plataformas mediáticas, sin precedentes en las muertes anteriores de otros chicos, sucedidas en circunstancias y escenarios de ocio nocturno muy similares. Todo, naturalmente, desde la atribución prematura y sin pruebas fehacientes derivadas de la investigación, de un móvil homófobo a los salvajes agresores.

Dicho esto, y más allá de la descripción crítica de las dispares reacciones ciudadanas, vaya mi dedicatoria a las familias de todas las víctimas, especialmente las ignoradas.

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