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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Viernes nazareno

Hoy es primer viernes de marzo, de convocatorias con las figuritas de dos primitivos nazarenos

Este primer viernes de marzo, el día más tuyo del año, encuentro en la austera simplicidad de la convocatoria que anuncia tu besapié y en San Antonio Abad esa sencillez y cotidianidad, y esa medida elegancia sin alardes groseros, que definen mi Semana Santa. La mía, que ya no me atrevo a generalizar. Primero porque nunca he mentido en este encuentro diario con los lectores. Y mentiría si escribiera que la actual Semana Santa está definida por la sencillez, la cotidianidad, la mesura, la emoción, la devoción o la elegancia sin alardes groseros. Y después porque mi Semana Santa cada vez tiene menos que ver con lo que pasa en las calles durante esa rara semana que en vez de siete dura ya diez días; y lo que sucede durante esa decena cada vez menos santa -a la que se llega harto de salidas extraordinarias, Via Crucis y sobreinformación- me interesa cada vez menos y la voy viviendo cada vez más como los compadres de Núñez Herrera en su taberna o Juan Sierra pensando en vino blanco a la Macarena.

Pero dejémonos de jeremiadas -aunque no se olvide que a Jeremías le sobraban razones para lamentarse y que al fin Nabucodonosor destruyó el Templo y se llevó cautivos a los judíos a Babilonia- que es primer viernes de marzo, las sobrias convocatorias con las figuritas de los dos primitivos nazarenos están puestas en las puertas de las iglesias y comparece Jesús Nazareno, para mí la única imagen alegórica de Cristo de la Semana Santa: la exaltación de la Santa Cruz -primera titular de la Hermandad- por el propio Nazareno, la exaltación de la realeza davídica del judío Jesús y la exaltación del resucitado sobre la muerte que abraza transformando el instrumento de su muerte en triunfo glorioso de su resurrección.

Cuando la Semana Santa eran sabia creó esta rara cofradía que es un puro oxímoron: callado estruendo, silenciosa trompetería barroca, severo lujo, soberbia modestia. Al igual que la Esperanza impone un silencio absoluto cuando arría, el aparecerse del paso de mi Jesús Nazareno, tan alta la Cruz soberbia, tan altivo el dulcísimo Nazareno llevado sobre una murillesca y dorada nube de ángeles como un rompimiento de gloria en el corazón negro de la Madrugada, me ha sugerido siempre una Macarena de rúan. ¿O no son anuncio de la resurrección los dos? Por eso tantos primitivos hermanos -¿verdad, amigos Juan Alberto y Juan Dávila-Armero Chávarri?- somos tan macarenos.

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