John Julius Reel

Vitaminas para la objetividad

EL guiri va de tapeo. Estamos en una taberna conocida del centro, picando en un rincón de la barra. La penumbra apenas nos permite ver lo que nos llevamos a la boca. Por casualidad vislumbro una cucaracha dirigiéndose hacia nuestra tabla de quesos. La detengo, aplastándola de un puñetazo, llamando la atención de todos, sin querer.

"Eso no es una cucaracha", anuncia un sevillano del grupo. Termina buscando todos los argumentos para convencernos a todos de que se trataba de un bicho limpio.

Pasa igual en mi país. Las ciudades demasiado ansiosas de competir con los pesos pesados se contagian de un complejo de inferioridad que hace, entre otros delirios, que las cucarachas se llamen waterbugs (insectos de agua). Los habitantes propensos a arrojar ese tipo de propaganda sólo se engañan a ellos mismos.

La otra cara de esta moneda, provocada sin duda por aquellos tan empeñados en vender humos, es la igualmente implacable negatividad. Nada más ver dos o tres cucarachas lo llaman una plaga. A juzgar por lo que cuentan algunos profesionales de lo hispalense, sus recuerdos de infancia son lo único de la ciudad que no está hecho una mierda.

Hay que depurar las fantasías y el rencor, mirar fijamente a lo que nos rodea hasta que la realidad salte a la vista. Eso no es nada fácil para alguien que todo lo tiene invertido en la ciudad e incluso se defina con y a través de ella. Como forastero soy capaz de escribir sobre Sevilla sin mordazas o amargura. Puedo enfrentarme a la realidad hispalense, ya sea dura o menos dura, bonita o fea, sin tener que sufrir trastorno alguno.

Durante esta vuelta de la serie, que hoy regresa después de diez meses de hibernación, voy a seguir comparando y contrastando Andalucía, concretamente Sevilla, donde llevo viviendo cinco años, con Estados Unidos, concretamente Nueva York, donde pasé los primeros 38 años de mi vida. La única novedad es que ahora soy un guiri menos verde, menos propenso a dejarme llevar por el romanticismo y las vanas ilusiones, tanto las vuestras como las mías. Si he de ser franco, más las vuestras que las mías. En Sevilla la objetividad es como el frío. Todos creen que la conocen, pero casi nadie la conoce de verdad.

El reto más difícil será escribir con objetividad sobre mi propio país. Cuento con la distancia física para abstraerme lo suficiente. Sobrados son los escritores que han aprovechado el autoexilio para despejar la visión, pero si me quedara con sólo uno, sería Ernest Hemingway, quien, en su novela Fiesta utilizó la ilusión, la valentía y el arte de un joven torero como contraste a cuanto América había roto con sus impecables formas e ideales.

Al margen del incomparable Hemingway, las pretensiones de este humilde guiri son divertirme y haceros divertir y, mientras tanto, quizás provocar reflexión. Como fuente infinita de agua de mayo, sigo disponiendo de la gran estrella de La Sevilla del guiri I, mi mujer, sevillana nacida y criada, pero sin el ancla cultural, es decir, la ceguera, que eso normalmente supone.

Justo el otro día, dándonos un paseo por la ciudad, my better half (mi mitad mejor) soltó la siguiente joya de observación: "Las bicicletas del centro son como los mojones de la periferia. Hay que sortearlas bajo tu cuenta y riesgo". La sacó de la manga, sin rencor o incredulidad, como un hecho directo e incuestionable, como si, por ejemplo, dijera: "Mi marido es insoportable cuando le falta inspiración para escribir". Sabe que los defectos, ya sean míos o de su ciudad, están indisolublemente ligados a lo que hace a ambos únicos y por lo tanto dignos de su amor.

Situémonos en mi patria, donde el ojo cuco de mi mujer no deja de estar alerta. Son las cinco de la tarde en pleno invierno de New London, New Hampshire, un pueblo a ciento y pico de kilómetros de Canadá y la sede actual de mi gente. Se ha puesto el sol hace una hora. Vamos en coche camino a cenar. Ella mira por la ventana, fijándose en las casas al borde de la carretera como siempre con las contraventanas y cortinas abiertas de par en par, dejándonos ver el interior.

"Todas las luces encendidas", me dice con incomprensión resignada. "Y ni un alma, ni un espíritu dentro", añade.

Me parece una metáfora astuta para resumir de un solo golpe gran parte de las exportaciones culturales de mi país. Durante el resto de mis vacaciones busco una metáfora igual de astuta, pero al uso americano, que se pudiera aplicar a La Sevilla del guiri II. Eso me viene de repente al ver la botella supersize (supertamaño) de multivitaminas que mi mujer acaba de comprar, 200 cápsulas, dignas de un caballo. Me hace pensar que hasta que se gasten, aunque no tome nada más que tartas y chucherías, me sentiré como un ciclista dopado.

Quiero que La Sevilla del guiri II sea como multivitaminas americanas que sirven para aclarar la visión, pero con una diferencia. Estas multivitaminas vienen en frascos pequeños. Permitidme cambiar de metáfora una vez más, esta vez al uso andaluz. Para un escritor como yo, el buen producto supone las mismas exigencias que supone el buen jamón. Quiero escribir como un cerdo ibérico, cebando en plena libertad, llegando a vuestras mesas como una tapa en su punto.

Entonces, ¡que aproveche! Os brindaré una multivitamina cada sábado mientras queden existencias.

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