¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

¡Viva Aguado!

Vieja cuestión esta de negarle el alma a los que no son como uno mismo. Ya pasó con las mujeres y los negros

De repente nos sorprendimos esbozando un natural en la Plaza Nueva. Como muleta improvisada, el Diario de Sevilla. ¿Qué había sucedido para que un simple simpatizante de la Fiesta, que apenas acude a una o dos corridas al año, se dedicase al toreo de salón para matar el tedio de la espera? La respuesta es sencilla: Pablo Aguado y su gran tarde del pasado viernes de farolillos. No lo vimos en la plaza, donde hubiese sido menester, sino en la redacción de este periódico, en unos televisores nuevos y enormes que ha comprado el Grupo Joly, como de cantina de cuartel, que pese a su frialdad catódica consiguieron transmitir la profunda emoción y el arte que emanaron de las dos faenas de este torero educado en el Claret y criado en la Huerta de la Salud, según nos contó el compañero Álvaro Ochoa. El arte, cuando llega a su clímax, no necesita de estudios previos ni de ningún carnet de connaisseur. Basta con mirar o escuchar. Pasa con Miles, Rubén o Zurbarán. Sólo hay dejarse llevar. Por eso, el que esto rubrica, cuyos estudios en tauromaquia se limitan a escuchar algún domingo Clarín (más que nada por catar el recio periodismo antañón de sus corresponsales) y a las siempre jugosas y divertidas conversaciones con los cabales que la vida nos ha puesto en suerte, pudo gozar de esa plenitud irrepetible que es una gran faena.

Escribimos esto el mismo día en que El Roto, con esa mortífera mezcla de lucidez y demagogia que le caracteriza, ha publicado una viñeta, que ha causado furor entre los antitaurinos, en la que un morlaco negro zaíno sentencia: "¡La plaza llena y no se ve ni un alma"... Vieja cuestión esta de negarle el alma a los que no son como uno mismo. Ya pasó con las mujeres y los negros. Pero no nos escandalizamos, pues sabemos que tanto la opinión gráfica como la sátira requieren de estas desmesuras. No hay opinión sin arbitrariedad. Enemigos de la Fiesta siempre hubo muchos, desde los jesuitas hasta las gentes del 98, pasando por los graves ilustrados españoles. Al propio Belmonte, según nos cuenta Chaves Nogales, el miedo le susurraba la inutilidad de su gesta, advirtiéndole de que tarde o temprano vendría un "gobierno socialista" que prohibiría la tauromaquia. Es muy posible que algún día se cumpla esta profecía, pero mientras tanto, mientras nos terminamos de civilizar y de echarle las siete llaves al sepulcro del Cid, miles de desalmados pudimos ver la gran faena de Pablo Aguado en la Plaza de Toros de Sevilla y, por un instante, rozamos la plenitud del arte y el esplendor en el albero. Por eso, un par de horas después, nos dieron ganas de dibujar un torpe natural con el periódico ya ajado del día.

¡Viva Aguado! Y Dios le guarde.

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