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La ciudad y los días

Carlos Colón

¡Viva la Guardia Civil!

DIEGO Salva Lezaun y Carlos Sáenz de Tejada. Dentro de no más de quince días costará trabajo recordar sus nombres. Dentro de un mes estarán olvidados y serán sólo dos nombres que se citarán cada vez que un nuevo atentado obligue a repasar la lista de los asesinados por ETA. Sólo los suyos -sus familias y el Cuerpo al que pertenecían- los recordará para siempre. Esto es así por la lógica de las cosas. "Sólo los suyos tienen derecho a llorar a sus muertos", escribió Pasolini. Pero a ello se añade esta voluntad de olvido colectivo que nos afecta; este mirar para otro lado para evitar que la "cuestión vasca" se nos manifieste, con toda su dureza, tal cual es: sobre todo en lo que se refiere a la fuerza de los apoyos directos de ETA, actualmente con cargos municipales y capacidad de penetración entre los más jóvenes radicales, que aúnan las vagas causas antisistema y antiglobalización a la locura asesina nacionalista; y a la extensión social de los apoyos indirectos de quienes siguen obsesionados con las fantasmagorías de la "defensa de nuestra identidad" y "la causa nacional vasca", reivindicadas por Urkullu (PNV) hace pocos días.

Frente a esta voluntad de olvido y este mirar para otro lado urge que la mayoría de los vascos renuncien de momento, mientras ETA siga existiendo y asesinado, a esas reivindicaciones que, aun en los casos en que se planteen desde posiciones democráticas y no violentas, hacen el juego -queriéndolo o sin quererlo- a los terroristas. Cuando ETA no exista, cuando no asesine, llegará el momento en el que los vascos -al igual que hacen los catalanes a través de la presión política- puedan plantear sus objetivos nacionalistas sin correr el riesgo de hacer el juego a los terroristas al coincidir, no en sus métodos, pero sí en sus objetivos.

Para estos dos jóvenes guardias civiles todo ha terminado para siempre. Les han robado su futuro y han destrozado a sus familias. Todos tenemos la obligación, si queremos llorarles sinceramente, de considerarlos unos de los nuestros. Eso nos convertiría en uno de los suyos y nos daría el derecho de llorar con sus familias y con el heroico Cuerpo al que pertenecían. No se olvide que sin la Policía, sin la Guardia Civil y sin el Ejército la Constitución, la Ley y los derechos y seguridades que nos garantizan serían sólo papel y palabras vacías.

Sin complejos ni prejuicios seudo progresistas, y sin esa funesta mala conciencia posfranquista, este es el momento de gritar, como hicieron sus compañeros ante los dos ataúdes, "¡viva la Guardia Civil!". Y de exigir la cadena perpetua para estos asesinos.

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