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Alto y claro

José Antonio Carrizosa

Vocaciones rotas

HAY ciudades con vocación y si esa vocación, por las razones que sean, se frustra, volver a encontrar el camino puede ser un esfuerzo de generaciones, muchas veces no coronado por el éxito. Barcelona, por ejemplo, tuvo siempre vocación de ser la gran ciudad moderna y de ideas avanzadas que sirviera se engarce entre una España demasiado anclada en el pasado y la Europa de progreso. Al desarrollo de esa vocación se dedicó a través de su comercio, su industria y su cultura en condiciones tan difíciles como las que supusieron los largos años de dictadura franquista y su papel de capital de la Cataluña que perdió la guerra. Hoy esa vocación -si es que todavía existe- está enterrada bajo un manto de provincianismo cateto alentado desde una Administración autonómica que equipara la sardana con la ópera, que sanciona la rotulación en castellano y que piensa que la modernidad consiste en prohibir los toros.

También Sevilla tuvo no hace tanto tiempo una vocación que por su propia incompetencia y por los problemas que le pusieron desde fuera no pudo llevar a cabo. Desde la Exposición del 29 y quizás hasta poco antes de la del 92, Sevilla aspiró a jugar el papel de gran metrópoli del sur de Europa. De ser la ciudad que compensara por el sur la fuerza que hacia el norte ejercían Barcelona y Bilbao. Para ello se idearon en los años cincuenta y sesenta proyectos como la Siderúrgica del Sur, que le hubiera dado su base industrial, o el canal Sevilla-Bonanza, que le hubiera permitido tener uno de los mejores puertos fluviales de Europa. La falta de apoyo oficial y la desidia local hicieron que ese sueño se quedara para siempre en una quimera y que se siguieran perdiendo todos los trenes del desarrollo. Así llegamos a lo que somos hoy, una ciudad sin vocación, que malvive en base a los que nos deja la capitalidad de la comunidad autónoma y el escaso turismo que nos llega.

Por eso es importante no equivocarnos en las iniciativas que nos empujen hacia el progreso, aunque sean sujetas a polémicas como la construcción de un rascacielos en la Cartuja o necesiten de una gran movilización social, como la exigencia de una red de metro y unas infraestructuras acordes con la ciudad que algún día deberíamos ser. Sevilla no está para polémicas pueblerinas ni para seguir perdiendo el tiempo.

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