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Voces en el desierto

Quizás no sea aún demasiado tarde para ofrecer un cambio de modelo político desde Andalucía

Aunque no cabe esperar que una propuesta de este tipo sea acogida por aquellos que podrían asumirla, conviene, de todos modos, insistir en ella una y otra vez. El fin de semana pasado, la prensa se hizo eco de este mismo deseo, expuesto con ese aire de racionalidad francesa que aporta Manuel Valls a la política española (no sólo catalana). Sus declaraciones incluían un velado envite para que, en Andalucía, los dirigentes de los partidos claramente constitucionalistas llegasen a un mínimo acuerdo. A estas alturas, esta insistencia resulta utópica, pero, desde la calle, hay que persistir y reclamar. Ya que si surgiera, provocaría ese efecto simbólico de entendimiento y regeneración que no sólo Andalucía, todo el país demanda. Iniciar desde Andalucía tal andadura crearía dificultades a ciertos egos personales, pero sacrificar el orgullo inmediato por una causa tan digna y estabilizadora puede ser políticamente muy rentable. Será difícil que vuelva a presentarse una ocasión más propicia para abrir un nuevo cauce y ofrecer, desde estas tierras meridionales, ejemplo a toda la nación.

Para la presidenta en funciones de la Junta sería una apuesta bien aceptada, aunque su colaboración, en principio, en lo formal fuese mínima y distante. Y le aportaría a su imagen un rédito necesario en estos momentos. Al PP y, sobre todo, a Cs les evitaría entrar en una zona de sombras que, luego, tardan en disiparse o no se disipan nunca. Porque el problema mayor de la extrema derecha emergente es la erosión de derechos civiles que propugna y de esa contaminación les costará recuperarse si aceptan este nuevo abrazo de Vergara.

Convendría que esta vez alumbrara -desde dentro de la misma vida política andaluza- el germen de un pacto (más o menos explícito) que ilusione aquí, pero que también se convierta en la referencia que aguarda, por su racionalidad, el resto de España. Una mayoría notable de españoles están desconcertados. La gente comprende que la ambición de un presidente de Gobierno sea permanecer en el poder, pero las tácticas oportunistas del actual presidente con el separatismo catalán y vasco obligan a temer que en cualquier momento aparezca una situación irreversible. Este país no se merece que una minoría de sus habitantes (educados en el odio) lo ponga en jaque cada día y mucho menos que, desde el Gobierno central, se transija con los descarados desafíos de esta minoría. Quizás no sea aún demasiado tarde para ofrecer un cambio de modelo político desde Andalucía. Ganaríamos todos, menos uno.

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