RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez-Azaústre

Volar con Ryanair

VOLAR con Ryanair se ha convertido en una gran experiencia vital. Pueden sucederte muchas cosas, además de las consabidas particularidades de la empresa: al comprar el billete, no se tiene derecho a facturar maleta, a no ser que se abonen los 40 euros pertinentes, que se suman al precio del billete; además, el equipaje de mano no puede superar los 10 kilos de peso, y el portátil, el bolso o la bolsa del traje, todo, absolutamente todo, ha de estar metido en una sola bolsa, de unas medidas concretas; y si te pasas un centímetro, o unos gramos, 50 euros de multa. Eso sí, en Ryanair se vuela muy barato. Sucede que al final no es tan barato, porque cobran por todo, y es sorprendente que no lo hagan aún por el uso del asiento. Con tiempo, uno puede encontrar vuelos económicos en otras compañías, en las que poder llevar el portátil aparte de la mochila, o no andar pesando hasta el último gramo, y que la maleta que facturas esté incluida en el precio del billete, te devuelve tu respetabilidad de pasajero.

Todo esto resulta entretenido: ajustar el peso, montar la maleta de mano como un puzzle, y hasta llevar siempre un metro en el bolsillo por si, en el último momento, a alguien se le ocurre aumentar un centímetro de alto las medidas mínimas de la maletita.

Pero ahora la cosa se está poniendo más emocionante, sobre todo estas semanas. Así, el 2 de septiembre, la despresurización de la cabina de un avión de Ryanair le obligó a un aterrizaje forzoso, tras empezar a sentir los viajeros un fuerte dolor de cabeza y oídos. Explicación de la compañía: "Motivos técnicos de carácter leve". El 4 de septiembre otro de sus aparatos, en Lanzarote, pidió prioridad para aterrizar por andar "flojo de combustible". Que iba con lo justito, vaya. El 7, otro avión de Ryanair volvió a Barajas por despresurización. Los pasajeros, ahora, hablan de un fuerte olor a queroseno y se quejan de la total falta de información. El asunto acabó en aterrizaje de emergencia, con testimonios de sangrados por nariz y garganta, ataques de pánico y dos viajeros trasladados al Hospital Ramón y Cajal. Lo mejor de todo: después de repetirnos tantas veces el protocolo para situaciones graves, resulta que "las mascarillas no funcionaban", y tuvieron que compartirlas para seguir respirando. Mientras, ninguna explicación. Aunque antes no faltaron, seguro, las ofertas de cigarrillos de vapor, los interminables anuncios de ventas a bordo, sorteos y más tómbolas, que no dejan dormir.

Otro aterrizaje de emergencia en Roma y un ataque de chinches después, el bajo coste sigue rebajando la dignidad del viajero. Que no tenga que ocurrir una desgracia mayor, que no se especule con la seguridad, que las azafatas sean simpáticas y que volemos, felices, muchos años.

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