La tribuna

antonio porras nadales

Volver a la Edad Media

SE ha puesto de moda la revisión de la transición española. Y como sucede con los argumentos pendulares, ahora parece que encontramos en ella la causa de todos nuestros males. Pero se trata de una visión incongruente y equivocada: la transición supuso para la sociedad española recuperar un espíritu de consenso y concordia tras casi un siglo de desastres y miserias; un aire de ilusión colectiva ante el futuro que nos permitió incorporarnos a la modernidad y entrar con todas sus consecuencias en una auténtica democracia.

Aunque como es lógico, algunos fallos los hubo: algo normal, por otra parte, en cualquier construcción humana. Uno de los que durante mucho tiempo hemos ocultado con cierta vergüenza fue el de los pactos forales que permiten a Navarra y País Vasco disfrutar de una especie de hacienda propia. Como ya casi lo hemos olvidado, conviene acaso traerlo a la memoria, porque incluso en aquella época hubo voces que protestaron ante la incongruencia que supone introducir en una Constitución democrática un elemento propio de los pactos medievales entre reinos; como la del más prestigioso constitucionalista de la época, Manuel García Pelayo, recién vuelto del exilio.

En realidad, en la lógica del consenso y la concordia que presidió aquel momento de nuestra historia, se trataba efectivamente de una especie de "pacto": un pacto en virtud del cual los españoles les entregábamos a vascos y navarros sus impuestos a cambio de paz, es decir, de que cesara el terrorismo. O sea, más dinero a cambio de que se acabaran las bombas. Los resultados son bien conocidos: ellos se quedaron con sus impuestos y nosotros continuamos durante décadas a base de bombas y tiros en la nuca. Fue un pacto incumplido. Pero, como ya se había incluido en la Constitución, no había marcha atrás.

Ahora parece que, con la reapertura del proceso territorial y el llamado desafío soberanista, otra vez nos vienen ofreciendo nuevos tipos de pactos. En realidad lo tenemos ya sobre la mesa: puesto que al parecer no va a ser posible conceder la independencia a Cataluña, por lo menos trataremos de responder a su demanda de sentirse "cómodos". Y la rebaja parece muy clara: en vez de independencia, un régimen foral al estilo vasco o navarro para que así se queden con sus impuestos y termine de una vez el teórico "expolio fiscal" al que están siendo sometidos por el resto de los españoles. Aunque no se haya explicitado de forma suficiente, hay bastante gente que, en el fondo, estaría dispuesta a aceptar semejante propuesta. Después de lo que estamos sufriendo con la crisis, si de esta forma por fin se van a callar y van a dejar de tocarnos las narices, bien está. Y por supuesto, se trata igualmente de que ese pacto se incluya nuevamente en la propia Constitución, para que así no haya forma de cambiarlo a posteriori. De este modo los siempre generosos e hidalgos españoles respondemos a los desafíos que nos plantea nuestra propia historia.

Naturalmente no pensamos por ahora en el conocido efecto dominó: porque si se concede tal privilegio fiscal a Cataluña sobrarán razones para no rechazar algo parecido en el caso de Canarias que, como todos sabemos, siempre ha tenido algunas peculiaridades fiscales debido a su insularidad y su lejanía de la península. Y lógicamente, ante semejante desafío, no van a faltar de inmediato otras valientes Comunidades dispuestas a sacar pecho y a pedir lo mismo. No se trata de una construcción imaginaria sino del modo habitual como ha discurrido el proceso autonómico en nuestro país desde los años ochenta.

Ni el más alucinado de los historiadores medievalistas podría imaginarse semejante sorpresa: la España del siglo XXI dejándose llevar por una dinámica de pactos entre reinos y territorios, al viejo estilo medieval. Algo que, por supuesto, alguien podría incluso llegar a entender como auténticamente "democrático", puesto que de este modo cada cual decidiría en el patio de su propia casa.

Aunque a veces le rezamos a Bruselas para que vengan a poner un poco de orden y cordura en nuestro país, ya sabemos que suelen ser muy respetuosos con los llamados "asuntos internos". Ante esta hipótesis seguramente pensarán que, definitivamente, los españoles nos hemos vuelto locos.

Así que ya tenemos el horizonte cosmopolita y abierto al mundo que parece definir nuestra apuesta por el universo globalizado del siglo XXI: el retorno a las haciendas forales y a los pactos medievales entre territorios. ¡En pleno siglo de internet y de las nuevas tecnologías!

Y si esa es la vía que definitivamente parecemos dispuestos a aceptar, este humilde ciudadano que suscribe tiene muy claro cuál será su duro e inevitable camino: el exilio.

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