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Si todo va bien, en unas horas comenzará el programa Artemisa, cuya función es establecer una colonia lunar en los próximos años. En el envío de mañana se trata de comprobar que la sonda Orión, inserta en el cabezal del cohete, funciona correctamente. En el siguiente, de poner en órbita, durante algunas horas, una misión tripulada. Y en la tercera fase, ya en 2025, de instalar por unos días a una modesta tropa de vanguardia en algún lugar del satélite. Todo esto está encaminado, según explican desde la NASA, a establecer un puente humano, la estación Gateway, que facilite, ¿en unas décadas?, el viaje a Marte. Pero también va dirigido, presumiblemente, a tomar ventaja sobre China en esta nueva Guerra Fría que se nos viene encima.

Según ha señalado la NASA, en la expedición lunar iría necesariamente una mujer, lo cual no hace sino recordarnos la película de Lang, La mujer en la Luna (Frau im Mond, 1929), vieja ya casi de un siglo, donde la bella Gerda Maurus hollaba una Luna más acogedora y breve que la real. Y más respirable, claro. No vamos a entretenernos ahora con Luciano de Samosata y su Viaje a la Luna en un barco de vela. Y tampoco con aquel Sueño de Kepler que transportaba al soñante, por vía freudiana, al extrarradio del planeta. Recordemos, en fin, que el De la Tierra a la luna de Verne (1865), luego llevado al cine por Méliès, no hacía sino abundar en una fantasía vagamente cientifista, que tenía algo de merienda pintada por Renoir. Concluyamos, por tanto, que los viajes a la Luna no son tan fáciles ni tan inmediatos como en la literatura, pero sí que carecen de aquella épica de las grandes navegaciones del XV-XVI, donde el hombre se aventuró hacia lo ignoto, casi ayuno de referencias y sin comunicación alguna ("Houston, tenemos un problema", etcétera).

¿Habrá también intereses comerciales en el proyecto Artemisa? Con toda probabilidad. Hay, sin embargo, un aspecto cultural, vale decir, humano, que se dio en la posguerra mundial y que hoy se repite de igual modo. Hoy como ayer se busca una salvación (se imagina una amenaza) que concierne a la totalidad del mundo. Esto es, vuelve a verse a la Tierra como una esfera malherida, pronta a la extinción, cuyo fin se halla próximo por la locura humana. Ahora se ha añadido la amenaza climática, pero el principio es el mismo. Entonces, el espacio era el abismo habitado y cálido, perfectamente transitable, de Star Trek. Hoy es una inmensidad silente, ni siquiera hostil. Es una oscuridad insalvable.

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