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Ignacio / Martínez

Vox y Ruiz-Mateos

DESDE que consiguió unificar a toda la derecha española a principios de los 90, en el PP han convivido con cierto confort liberales, conservadores, demócrata cristianos y ultraderechistas, en una experiencia inédita en Europa. Cada una de esas familias tiene partidos separados definibles en los países de la UE. Incluso en Francia, el pacto republicano (que en España sería un pacto constitucional) ha llevado a gaulistas y centristas a votar comunista en las segundas vueltas electorales antes que a los ultras del FN de Le Pen. Por primera vez en estos veinte años la facción más extrema de la derecha española está incómoda en el PP y amenaza con fracturar la rentable propuesta electoral de cuatro partidos en uno.

Si se consagrara esa escisión podría ser hasta saludable. Un pequeño partido de extrema derecha en el Congreso, con un puñado de diputados liberaría al PP de servidumbres que lo alejan de los partidos europeos de centro derecha. El riesgo es el eco electoral que tendría una propuesta populista en su flanco derecho. Porque no sabemos si sería tan minoritaria: en muchos sitios de Europa los públicos susceptibles de votar un discurso de extrema derecha pueden llegar hasta el 20%. Por ejemplo en Finlandia, Suiza, Holanda o Francia.

En el inicio de la Transición, cuando seis ex ministros de Franco fundaron Alianza Popular con Fraga a la cabeza, el electorado prefirió otra cosa. Los votantes centristas y conservadores apostaron por UCD, propuesta compleja patrocinada por Adolfo Suárez con el lema del centro. Es verdad que en UCD había socialdemócratas como Fernández Ordóñez, pero también mucho ex dirigente del Régimen, como el propio presidente, camisas viejas, cursillistas de cristiandad y miembros del Opus. Mientras, AP fue casi marginal en las primeras elecciones: 17 diputados en la primera legislatura y sólo 10 en 1979. La derecha dura no vendía. La derecha llamada centrista, sí.

Se refundó el partido como PP en el 89, para homologarlo a la potente familia democristiana europea que controlaba gobiernos en cinco de los seis países fundadores de la UE. Y se pensó en Marcelino Oreja como nuevo jefe del partido renovado; por eso encabezó la lista del PP en las elecciones europeas de 1989. Pero la irrupción de la candidatura de Ruiz-Mateos, que consiguió dos escaños sin partido ni organización alguna, acabó con el presunto liderazgo de Oreja y llevó pocos meses después a Aznar a la presidencia de la organización. Oreja sacó 15 eurodiputados en el 89, dos menos que Fraga en el 87.

La aparición de Vox en el escenario actual tiene paralelismo con la operación de Ruiz-Mateos. La inquietud de los dirigentes del PP y el alarmismo de Cospedal tienen ese precedente. Pero clarificar el mapa político y moderar al gran partido del centro derecha español le vendría bien a este país: facilitaría grandes coaliciones, con gobiernos de amplia base. España necesita muchas reformas profundas que sólo cabe afrontar de esa manera.

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