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Vuelve el tigre celta

GRECIA, Portugal e Irlanda son los tres países de la Eurozona sometidos por ahora al escarnio del rescate. Los dos primeros pacientes siguen mal, pero el tigre celta ruge parcialmente de nuevo. Primero, la memoria: los irlandeses combinaron, como EEUU o España, dos potentes venenos: las burbujas inmobiliaria y financiera, tan estrechamente unidas. Una burbuja, ya lo saben, es la expectativa de una subida permanente de precios, de forma que quien invierte siempre ganará dinero al desprenderse del activo. Pero las burbujas tiene la costumbre de estallar. Y allí estallaron a lo grande.

Los políticos se encargaron de alisar el camino a la banca con una generosa desregulación en línea con la mejor tradición anglo. El PIB de Irlanda creció un promedio del 6,5% entre 1990 y 2007. Sus funcionarios se convirtieron en los mejor pagados de Europa. El impuesto de sociedades, apenas el 12,5% frente al 23% de la UE, atraía suculentas inversiones extranjeras. La renta per cápita superó a la de la paradigmática Alemania. Hasta el gatillazo, todo encajaba. Después, un rescate de 85.000 millones de euros y un severo plan de austeridad cuyo cumplimiento Bruselas vigilaría con espumosa rabia.

Aunque lo peor ya ha pasado, las manchas aún se ven en la corbata. La tasa de paro en 2011 (14,50%) apenas recortaba una décima a la marca de un año antes. La angustia financiera persiste, hasta el punto de que actualmente una de cada diez hipotecas se reestructura o directamente no se paga. El consumo no despega. Y las exportaciones, una de las grandes bazas de los últimos tiempos, serán perjudicadas por las malas perspectivas de la economía mundial. Los bancos, por último, se encomiendan todavía a las inyecciones revitalizadoras del BCE tras haber recibido del Estado generosos empujones.

¿Por qué entonces Irlanda apunta ya a la resurrección? Básicamente, porque los salarios y los precios han bajado. La célebre devaluación interna. España está dispuesta a copiar el folio salarial del discurso, pero se resiste a aplicar, sobre todo en el ladrillo, esa caída obligatoria para reactivar mínimamente los intercambios (siempre que fluya el crédito). Hay otra diferencia, y no es baladí: Irlanda, gracias al ya mencionado tributo societario, es la base de operaciones de numerosas compañías estadounidenses cuya actividad genera empleo e influye en el despertar de la cadena de las transacciones.

Lo esencial, en realidad, es que los mercados -los grandes jueces de esta nueva era pero también de varias eras anteriores- han perdonado al país. Lo demuestra la prima de riesgo, que pasó de aquel aberrante diferencial de hasta 1.400 puntos básicos con el bund a los actuales 640-650. Conclusión: si contentas a la banca y al inversor, el resto es pan comido. Al menos por lo que respecta a la credibilidad, un concepto etéreo que no da de comer.

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