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Joaquín Pérez Azaústre

Zapatero hoy

ZAPATERO se va, nos abandona, deja España al socaire de su propio recuerdo. Con la excepción de Aznar, todos los presidentes democráticos luego han terminado siendo buenos. Pueden dimitir, como Suárez, o renunciar, como Aznar y el propio Zapatero, a una posible o improbable reelección, pero luego regresan con más fuerza. Todos lo han hecho: tanto Calvo Sotelo, con esa efigie dura, administrativa y seria, como Felipe González, convertido ahora en líder respetado por los analistas más conservadores: quién lo iba a decir, hace años. Adolfo Suárez, que también fue sometido a un acoso y derribo colosal, asediado desde dentro y fuera del partido, cuando la democracia estaba casi todavía por hacer y su propia seguridad personal parecía en juego, con un golpe de Estado de por medio y todas las zancadillas imaginables, cortantes, sibilinas, aunque ya ha perdido la memoria y sólo reconoce los gestos de cariño, se ha convertido en el arcángel de la gran memoria democrática de parte de lo hermosa que fue la Transición.

Todo esto puede pasarle a Zapatero. Seguramente le ocurrirá, si no se le va la cabeza en iluminaciones posteriores. Por ajustarle dos títulos clásicos, Zapatero fue, al principio, Solo ante el peligro, y ha terminado siendo El hombre tranquilo. Seguramente tiene mucho más de Gary Cooper -por lo menos los ojos y la altura- que de John Wayne, pero ambos títulos le vienen muy al pelo. Zapatero se ha ido después de haber cometido un sinfín de errores estratégicos: quizá el peor de todos haya sido negar la crisis a los ciudadanos, hablar poco después de brotes verdes y tiznar su política económica con una sensación un poco frívola de improvisación, de poca vista. Zapatero ha sido un buen presidente del Gobierno en tres frentes esenciales: en primer lugar, la retirada de las tropas de Iraq; en segundo, las políticas sociales de igualdad, el matrimonio gay, y dependencia; en tercero, la cooperación internacional, en la que España ha sido pionera. Sé que escribir esto de Zapatero, hoy, me va a costar varias decenas de mensajes acalorados en mi correo electrónico, pero qué le vamos a hacer: del mismo modo que opino que esas dos horas con Jordi Sevilla, para ponerse al día con la economía, no fueron todo lo fructíferas que deberían haber sido, seguramente ha sido el presidente de la racionalidad cívica, del diálogo institucional y la calma medida frente a la crispación. También se ha devuelto la dignidad a la televisión pública: ya ningún locutor exclama "los ciudadanos aplauden a la ministra", mientras ésta es abucheada.

A Zapatero le espera una nueva vida. Pero, mientras, que no se alarme González Pons: aún cuenta con la legitimación recibida en la segunda de las dos elecciones generales que le ganó a Rajoy. Quizá llega el momento de exigir una oposición más constructiva.

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