¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Zoido, una biografía

Desde que perdiese Sevilla, Zoido no ha dejado de cometer errores. No tiene nada de extraño que Casado lo haya marginado

Dicen que Juan Ignacio Zoido perdió la cabeza (políticamente hablando) en el Corpus sevillano de 2011. Acababa de ganar las elecciones municipales por una mayoría aplastante y el público que acudió a la procesión lo jaleó como si fuese un general romano tras una exitosa campaña contra los bárbaros. Sin embargo, en aquel desfile religioso donde se congrega la Sevilla institucional, faltó un personaje fundamental: el esclavo que le recordaba al militar victorioso la fragilidad de todo triunfo humano susurrándole al oído la letanía fatal: memento mori ("recuerda que eres mortal"). En ese momento, Zoido comenzó a morir de éxito.

Antes de aquel caluroso día del junio sevillano, Zoido había sido una promesa del centroderecha andaluz. Miembro de una familia de la mesocracia rural extremeña que eligió la judicatura como vía de promoción social, tras su paso por las delegaciones del Gobierno de La Mancha y Andalucía, desarrolló una brillante labor como opositor en el Ayuntamiento de Sevilla, lo que hizo que muchos albergasen la idea de que el PP tenía al fin un líder capaz de derrotar al por entonces imbatible PSOE andaluz. La decepción fue mayúscula. Como un rico heredero disoluto, derrochó en sólo cuatro años una mayoría inaudita (20 concejales de los 33 en juego). Para gran parte de la ciudadanía (incluso para muchos fervientes partidarios del PP) Zoido fue un alcalde inane que tuvo una visión rancia y sesgada de la ciudad que le tocó gobernar (bien es cierto que en plena crisis económica y con las arcas extenuadas por las megalomanías de su antecesor en el cargo, el socialista Alfredo Sánchez Monteseirín). Zoido nunca comprendió la pluralidad y complejidad de la capital hispalense. Paralelamente. fracasó en su labor como presidente y miembro del PP andaluz, más dedicado a las conspiraciones de restorán que a la construcción de una alternativa frente a los socialistas. Sin embargo, en una de sus decisiones más absurdas, el presidente Rajoy lo nombró ministro del Interior justo cuando este cargo iba a tomar, debido a la rebelión catalana, una importancia fundamental. Muchos, con razón, no lo comprendieron y, por desgracia, los hechos les dieron la razón. Su declaración ante el Supremo en el juicio a los políticos independentistas causó rubor y desconcierto en la bancada constitucionalista. Nada tiene de extraño, por tanto, que Casado lo haya marginado de las listas electorales frente a Teresa Jiménez-Becerril. Es una decisión lógica y deseable. Ahora suena en la pedrea de las listas europeas. ¿Otro nuevo error?

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