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Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

Zoido y el dinosaurio

ONCE días ha tardado Zoido en doblarle el brazo a una huelga que desde antes de iniciarse ya tenían perdida los convocantes. La tenían perdida porque no están los tiempos para defender privilegios abusivos que consagran el enchufismo y priman la falta de competitividad. Eso lo sabía el comité de Lipasam tanto como lo sabía la opinión pública. No recuerdo una huelga en Sevilla de un servicio público, y eso que no han escaseado en los últimos años, que contara con tan pocas simpatías por parte de una ciudadanía castigada hasta la extenuación por la crisis y el paro y que veía cómo se pisoteaba su derecho a poder caminar por las calles sin tener que taparse la nariz para defender unas prebendas inasumibles.

De lo que se trataba era de echarle un pulso al gobierno municipal y abrir una vía de desgaste que se tenía que acentuar en los próximos meses con nuevos conflictos de gran resonancia ciudadana y que veremos si no tienen su próximo aldabonazo el próximo fin de semana con ocasión del Vía Crucis que llevará hasta los alrededores de la Catedral 14 pasos con sus correspondientes cortejos. Casi nada.

Del conflicto de la basura el alcalde habrá sacado, seguro, importantes enseñanzas a aplicar en lo que le resta de mandato. La primera, que la firmeza, cuando se tiene la razón, es la mejor política y la segunda, aquella que tanto le gustaba proclamar a Cela de que quien resiste gana. Pero hay una tercera que creo por lo menos igual de importante: Zoido ha ganado esta huelga porque ha estado desde el primer momento respaldado por toda la ciudad -desde los colectivos profesionales y vecinales hasta el conjunto de los medios de comunicación-, que ha visto que Sevilla tenía un alcalde que no estaba dispuesto a dejarse chantajear y que tenía la sartén por el mango.

Y de todas estas enseñanzas se puede extraer una moraleja de gran utilidad para los complicados tiempos que están por llegar. Si la imagen y el prestigio de Juan Ignacio Zoido se están desmoronando a ojos vista es, precisamente, porque Sevilla da demasiadas veces la impresión de que no tiene alcalde. O, lo que es peor, de que aunque lo tenga no le sirve para gran cosa. Ello se debe a factores que él no puede controlar, como la crisis en todos los órdenes que atraviesa el país, pero también a otros, y en esta columna lo hemos repetido en muchas ocasiones, que sí dependen de él, como la clamorosa falta de gestión de este Ayuntamiento o su incapacidad para trasladar a los sevillanos proyectos ilusionantes capaces de hacer ciudad.

La huelga de Lipasam y la forma de gestionarla le han servido a Zoido para ganar algunos puntos en la consideración de la opinión pública. Pero le van a durar muy poco. Como el cuento del dinosaurio de Augusto Monterroso, cuando el alcalde se despertó el viernes tras haber dado carpetazo al paro de los basureros todos los problemas que no ha sabido solucionar seguían allí.

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