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Francisco Correal

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Zola hace de Dreyfus

José Antonio Griñán ha escrito un libro para que sus hijos se reconcilien con la política

Me llevé el último ejemplar del libro de Griñán, Cuando ya nada se espera. El librero hizo un comentario totalmente prescindible: "Sólo le faltan los barrotes en la portada". A José Antonio Griñán lo conocí en el campo del Betis. Mayo de 1994. Me lo presentó Pepe Rodríguez de la Borbolla. Era ministro de Trabajo en el crepúsculo del felipismo. Una semana antes, Pepote y un servidor viajamos a Burgos para vivir el ascenso en El Plantío, el estadio de la ciudad del Cid. El domingo siguiente, el Betis de Serra Ferrer y el Español de Camacho jugaban un partido con sones de vals, los dos equipos ya ascendidos.

Griñán ha escrito este libro para que sus hijos se reconcilien con la política. Con esa actividad de su padre que les arrebató una ciudad, unos amigos y una filosofía de vida. Con 24 años sacó la plaza de inspector de Trabajo, tercero de su promoción. En 1970. El año que Pelé jugó su último Mundial. El prólogo lo escribe el historiador Fernando del Rey, autor de un extraordinario libro, Retaguardia roja, de obligada lectura para entender que en la Guerra Civil hubo muchos Guernicas, y no todos del lado que retrató Picasso.

El prólogo, además de glosar los méritos del autor, es un alegato contra la reescritura de la Transición por parte de los "púberes simplificadores", "cohorte de insufribles voces regeneracionistas" que se han sacado de la manga la patraña del "régimen del 78". Griñán es un político leído, a diferencia de algunos de su propio partido, el presidente del Gobierno sin ir más lejos, que tienen que leer un mensaje por el móvil en su réplica en el reciente pleno del Senado, inventando un nuevo género, el futuro en diferido. Abre el libro con una cita de Claudio Magris: "Cada generación, como Sísifo, debe escoger su roca". A Griñán le han puesto un Gibraltar a sus espaldas. En este libro hace de Zola y de Dreyfus.

La última vez que le vi fue en la presentación del libro de Juan Cruz Mil doscientos pasos. Hablamos de sus devociones, el cine de Douglas Sirk y William Wyler, del corazón partido que tenía ante un partido de promoción, Deportivo de la Coruña-Albacete, de los Octavianos de su estirpe paterna, un nombre con resonancias de Macondo.

Griñán no tiene muy claro cuándo acabó la Transición: con la entrada de España en la Unión Europea, la huelga general contra Felipe de diciembre de 1988 o la caída del muro de Berlín. Pero lo cierto es que la postransición de los púberes que nunca aprobaron una oposición ha creado ese guerracivilismo incruento y cursi de jueces progresistas y conservadores, de periodistas progresistas y retrógrados, el nuevo muro ideológico que separa una corrupción de derechas, denunciada por jueces ejemplares y prístinos, faltaría más, que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa, y una corrupción de izquierdas, denunciada por jueces paleofascistas, de las cloacas y los cenáculos, que puede sacarlo de ese Palacio. Y Griñán entre la espada y la pared, como nuevo Barrabás, oyendo cómo sus hijos cambiaban la letra del poema de Alberti: ¿por qué me sacaste, padre, de la ciudad?

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