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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Zona cero turística

El turismo masivo cumple una condena mitológica: viaja atraído por una belleza que su presencia destruye o marchita

Impresiona el apelotonamiento de turistas en el Seville World que va de la Puerta de Jerez a la Plaza Nueva y el Salvador, y del Arenal a Santa María la Blanca arrasándolo todo. Especialmente la zona cero devastada por los turistas, por los nativos que les sirven y por el Ayuntamiento que no les puso límites porque sabe de qué vive esta ciudad: no hace falta que les diga que me refiero al entorno de la Catedral y del Alcázar, barrio de Santa Cruz entero incluido desde la desdichada Mateos Gago cuya pésima peatonalización, tan celebrada por Espadas y Muñoz, además de arrebatarle su fisonomía, solo ha servido para abarrotarla aún más de veladores de una punta a otra. El espectáculo es desolador (y eufórico para quienes hacen caja y las arcas de la ciudad). Nunca he visto el centro histórico más pompeyanamente muerto: solo turistas y negocios para servirles.

El tsunami, la marabunta o la erupción del turismo masivo tiene la llamativa y curiosa peculiaridad de arrasar o degradar aquello que contempla haciendo imposible el disfrute de toda autenticidad. El turista masivo -usted y yo también cuando viajamos- parece cumplir una condena mitológica: viaja atraído por una belleza que su presencia destruye o marchita. Los turistas que abarrotan el centro arrasan sin quererlo aquello que contemplan. La Giralda, la Catedral o el Alcázar parecen ruinas emergiendo de las arenas, Mateos Gago, Alemanes o la Cuesta del Bacalao son gigantescos comederos al aire libre. Eso sí: la mayoría se irá tan contenta tras haber visto esta ciudad disecada, esta Pompeya arrasada por ellos y para ellos. Y tras no haber visto un comercio que no sea turístico, no haber comido en un bar que no sea para turistas, no haber paseado por una calle que tenga algo de vida local, nativa, aborigen.

Las grandes ciudades europeas -Madrid, Londres, París, Berlín- pueden resistir el turismo masivo diluyéndolo en su inmensa superficie. Las ciudades medianas, como Sevilla, abandonan la mayor parte del casco histórico (y a sus vecinos) como si la autoridad municipal fuera un ejército en retirada dejando tras de sí una fortaleza rendida e indefensa para que la ocupen los turistas y los negocios a ellos dedicados. Las ciudades pequeñas, como Florencia o Venecia, son arrasadas por la marabunta turística de la que, por otra parte, viven. O a la que se han hecho a vivir conforme el turismo las conquistaba.

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