POR ser imagen de continuidad está pasando desapercibida su significación. En Sevilla hay más comercios abiertos en la primera quincena de agosto de lo que era habitual en los últimos años. Es decir, hay menos cierre por vacaciones a lo largo del verano, porque también han estado en activo durante todo el mes de julio. La necesidad aprieta y hay que lograr ingresos, manejar efectivo, rebañar liquidez, aunque sea poca. En la época de la adoración al pelotazo urbanístico, las tiendas cerraban por doquier durante todo o casi todo el mes de agosto. Sus dueños pensaban que no les merecía la pena afrontar los gastos de apertura, porque la población más consumista huía de la ciudad hacia las segundas residencias o para sus viajes. Lo que pudieran o quisieran gastarse, ya lo harían en julio o en septiembre. Las tornas han cambiado para mal y ahora los comerciantes, ya sean tiendas de muebles, droguerías, decoración, ópticas o cafeterías, también acompañan al pueblo soberano en su tendencia a quedarse en casa muchos más días. Y lo que caiga, bienvenido sea. Porque el panorama es de aguantar mucho tiempo la sequía de dinero que no puede remediar Emasesa.

Fijese de lunes a viernes. Hay poquísimos carteles de cerrado por vacaciones. Solamente estaba cerrado, oh paradoja, la sucursal del banco, que envía a la clientela a la oficina más próxima. La banca tenía que ser, para llever la contraria. La banca de los beneficios desorbitados, los desahucios hipotecarios y los parones crediticios. Los sábados, es otra historia: salvo en las calles especialmente comerciales, en las tiendas sí se dan un respiro para irse a la playa. Pero recuerdo muchos agostos de este siglo XXI donde era usual el cierre de todo tipo de negocios, y cualquier necesidad sobrevenida, en cualquier día laborable, suponía un incordio y la sensación de ser un pingüino en el desierto.

Agosto de puertas abiertas porque se ha cerrado una etapa de nuestras vidas.