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Joaquín Pérez Azaústre

El aborto y su ley

EL aborto y su ley, como corte de digestión ética, es un cordón moral que ahora estrangula parte del debate ciudadano: no la proporción real más inmediata, que está en la crisis, sino otra creada por el Gobierno únicamente, sacando de la nada el fantasma de aborto sí o aborto no, que ya estaba superado, entre otras cosas, por dos legislaturas del Partido Popular. Pero el Gobierno, en ese afán filántropo por ampliar el radio de debate de la gente, ha recuperado el del aborto con ese punto retro, con la vieja nostalgia de los días de ese otro dilema, el del divorcio, que afortunadamente sí se ha superado, sobre todos después de que gran parte de sus detractores más furiosos acabaran divorciándose, esos mismos tiempos en los que muchas de las madres militantes en asociaciones antiabortistas llevaban a sus hijas hasta Londres para perfeccionar su inglés intrauterino.

El aborto y su ley se han presentado como un maniqueísmo, como un gran festival de los héroes contra los villanos, se encuentren ambos en unas filas o en las otras. Así, la bipolaridad rampante del conflicto ha conseguido que, según el punto de mira del análisis, cualquiera de nosotros que exprese libremente su opinión quede clasificado, automáticamente, como un facha carcamal con rictus de meapilas o como un furibundo partidario del asesinato. Esta bifurcación no admite territorios intermedios, de manera que uno o está con las manifestaciones de ferviente emoción, con el jersey de punto y la camisa blanca de cuellos bien planchados armado por una guitarra que enumera todas las canciones de misa de domingo, o es un infanticida: porque las dos posturas no es que se hayan extremado, sino que son extremas de por sí por ignorar a quien no está extremado. El tema más candente de la ley parece ser el derecho de las chicas menores de edad a poder abortar sin el consentimiento de sus padres. No entiendo la polémica: el asunto es aborto no o sí, y excepciones, y por qué, ése es el asunto no sólo teológico, sino también ciudadano, jurídico y moral. Pero, existiendo ya, que una chica pueda o no abortar sin el consentimiento familiar, es una tensión vacía: ¿o es que quienes tanto critican este punto de la ley serían partidarios, en el caso de que los padres se opongan al aborto, de forzar a la niña a tener ese hijo? ¿Cómo la obligarían? Esa coacción, ¿sería constitucional?

El aborto y su ley sólo parece una fina cortina de humo muy eficaz, porque hasta la oposición, que anda tan poco fina, ha caído en la trampa del aborto. Se seguirá abortando como hasta anteayer, y la ley nos equipara con Europa. El Gobierno la saca sin debate ni consenso. La ciudadanía, mientras, hasta el cuello, cómo va a pensar en tener hijos.

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