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Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El abrazo del Cristo de la Clemencia

Muchos defectos tienen las hermandades. Pero, ¡ay de la imagen que no tenga hermandad!

Lo que se representa en San Francisco abrazando a Cristo en la Cruz se puede hacer realidad en la exposición que se dedicará a Martínez Montañés. Me explico. En el cuadro de Murillo se ve al santo de Asís abrazado a Jesús crucificado quien, a su vez, desclava una de sus manos para también abrazarlo. Y en la anunciada exposición figurará el Cristo de la Clemencia de la Catedral. Si por casualidad alguien le reza no me extrañaría que desclavara una de sus manos para abrazar al orante, agradeciéndole esa oración que hace tantos años nadie le dirige.

Este pobre Cristo ayuno de oraciones ya estuvo brevemente en este museo en sus días primeros de vida tras ser convento de la Merced. Llegó allí tras años revueltos de ir de un lado para otro desde que lo sacaron de la Cartuja, donde estuvo casi dos siglos tras su primer emplazamiento en el oratorio de Vázquez de Leca. El 31 de mayo de 1845 fue trasladado, tras gestiones del canónigo López Cepero, del recién nacido museo a la Catedral. El canónigo, que también era vicepresidente de la Comisión de Monumentos que se ocupaba del museo, alegó para solicitar este traslado "que solo en aquel Templo era donde podía lucir su mérito y no en el Museo por carecer de un sitio tan a propósito como el que allí tenía; á más de que la veneración que en Sevilla se le tributa hacia necesaria dicha traslación".

¡Iluso! En la Sacristía de los Cálices estuvo de 1845 a 1992, decayendo hasta desaparecer la veneración que por lo visto suscitaba. Si no recuerdo mal el padre Ayarra celebraba ante él una misa temprana hasta que en el 92 pasó a ocupar la capilla de San Andrés en la que el cardenal Segura había colocado en 1948 un Sagrado Corazón en un retablo neogótico que suscitó airadas protestas, entre otros, de Santiago Montoto y Romero Murube. Y así que lo pusieron allí -mala suerte que tiene el pobre crucificado- se suspendió la misa diaria que ante el Sagrado Corazón se decía por la mañana. Allí quedó hasta hoy, más estatua que imagen en una Catedral que es más museo que templo.

También figurará en la exposición La Cieguecita, igualmente huérfana de oraciones pese a ser, para mí, la mejor imagen mariana de Sevilla por su honda y ensimismada sacralidad. Silencio esculpido, misterio hecho visible. Dos lágrimas se le caerán si alguien le reza. Muchos defectos tienen las hermandades. Pero, ¡ay de la imagen no que tenga hermandad!

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