La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El abrazo de la cruz

El que huye continuamente de los problemas se acaba encontrando su cruz cuando ya no hay cirineos

La gente huye de los problemas como los gatos del agua. Una vez presenciamos cómo la señora de un alto cargo aseguraba que a su marido no le gustaban las polémicas, los líos ni las trifulcas de ningún tipo, a lo que alguien le replicó alto y claro: "Señora, pues que deje el cargo, porque los cargos no sólo están para los canapés". Hay tontos que aseguran conocer a gente que le gustan los problemas, cuando en realidad se trata de personas con capacidad para afrontar las situaciones, coger el toro por los cuernos y encarar con responsabilidad y criterio las situaciones. A nadie en su sano juicio le gustan los problemas, pero la vida es un camino jalonado por baches donde en una encrucijada conviene coger la senda más difícil, nunca la cuesta abajo. La comodidad se paga, que dicen los taxistas. Un escolar preguntaba la pasada cuaresma por qué Jesús Nazareno, titular de la Hermandad del Silencio, porta la cruz al revés. Todos callaron hasta que alguien le explicó que no la lleva al revés. Muy al contrario. Está abrazando la cruz. Quizás es uno de los mensajes de mayor profundidad que nos ofrece la Semana Santa y que tiene su aplicación todo el año, toda la vida. Aceptar lo que viene, asumir lo que nos ha sido dado, afrontar la situación, no rehuir del sufrimiento, ni del sacrificio, ni del esfuerzo emocional que se emplea en situaciones embarazosas, porque todo en la vida no puede ser comodidad, fatuidad y frivolidad. El que huye continuamente de un problema se acaba encontrando su particular cruz, justo en el momento en que ni siquiera quedan cirineos. Mala cosa el ejercicio del escapismo profesional, porque a la vuelta de la esquina le aguarda el destino. Los alcaldes de toda España, por ejemplo, vivirán hoy una jornada feliz, pero ya se sabe que las alegrías en política duran un cuarto de hora. A partir de mañana tendrán un rosario de cruces en el horizonte, una fuente inagotable de problemas, peticiones, exigencias, presiones y recuerdos de promesas. A su vez tendrán sus respectivas vidas personales con sus destellos de brillo y sus oscuras sombras. Cuatro años donde habrá canapés y manifestaciones con megáfonos estruendosos. El que no esté dispuesto a abrazar la cruz, que no se moleste en coger el bastón de mando. Después del boato vienen los problemas. Después de la fiesta viene la resaca. En política no hay calidad de vida, acaso alguna satisfacción ocasional que hace que todo el sacrificio compense, que haya merecido abrazar la cruz, la que siempre espera ese gesto de afecto que simboliza en este caso la responsabilidad.

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